viernes 22 noviembre 2024
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Alonso in aeternum

Escribir sobre un sobrino no es fácil. Lo es más difícil cuando ese sobrino acaba de fallecer en plena juventud. Sus padres, de Antequera los dos, ya mayores, tras sufrir algún contratiempo en su vida, han recibido el “gran zarpazo” que supone la pérdida de un hijo. Él, Francisco Muñoz López, eminente pediatra, muy ligado familiarmente a “El Sol de Antequera”; ella, María Teresa Alcaide García, mi hermana, gran mujer, y gran madre. Quizá Alonso pensaba que había vivido “demasiado” y que no le importaba dejar esta vida; si ha sido así, hace unos años fue “ayudado” por una grave pancreatitis que se ensañó con él, y más recientemente por un cáncer inoperable e intratable, como él mismo me reconoció con convencimiento, contundencia, y sin dramatizar, hace unos meses.

Mi hermana Mari Tere, ha pasado en silencio este tiempo, buscando refugio en su iglesia de siempre de Barcelona y rezando –estoy seguro– para que su hijo Alonso se recuperara. Alonso –que yo sepa– no estaba por la labor de pedir al cielo “por estas cosas”. A diferencia de su madre, Alonso no creía en las cosas en las que su madre creía fervientemente. Bueno, por encima de todos está Dios…

Prefiero recordar al Alonso con inquietudes, con proyectos y con ilusiones, a veces un poco peregrinas. Al Alonso que descubrí en Costa Rica, y al que tanto debo por los conocimientos que me transmitió sobre aquel país; tus recomendaciones, Alonso, fueron perfectas: aquellos días pasados en aquel reducto aislado que me recomendaste fueron unos días de paz que viví después de unos agitada estancia en Honduras viendo calamidades… Gracias a ti, conocí a fondo la península de Puerto Jiménez, el origen de sus gentes, y el “desembarco” por aquellos territorios de la Costa Rica no turística, de personajes algo perdidos como yo.

No olvido a aquel americano con el que estuve pescando en un mar agitado por un terremoto con epicentro en el océano,a unas millas de la costa; ni a aquella americana que sufrió una picadura de algún bichito de la selva; ni a aquel francés tan original que se fue a vivir en aquella península perdida, con el que compartí una tarde de sapos y serpientes ¡Cuánto aprendí gracias a ti, Alonso! No puedo olvidar que, por recomendación tuya, pasé un día completo en la soledad de aquella selva acompañando a aquel shaman de origen apache, ¿era Augusto su nombre?, que se convirtió en mi protector porque había descubierto algo en mi mirada…y me enseñó sus poderes para evitar las picaduras de aquellas hormigas gigantes, y curar la mordedura de la temible serpiente del lugar, la terciopelo, de la cual tanto me habías hablado.

Se acabó tu estancia en esta tierra, Alonso. Se acabaron tus intentos ecologistas de hacer un GREEN PEACE mejor. Te fuiste muy joven y viviste, haciendo el bien por doquier, ayudando a todo el que lo necesitaba. Tengo además el convencimiento, de que nunca se te pasó por tu mente ni por tu corazón hacer el mal a nadie. Y esos comportamientos llenos de bondad, Alonso, son los que valen a la hora de la verdad. Descansa en paz. Tus padres, tus hermanos, tus primos, tus amigos, y tu familia no olvidan tu bondad.

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