Una vez concluyan las vacaciones de verano, el maestro Ricardo Beltrán se jubilará de su puesto en el Colegio Público Romero Robledo. Vive con intensidad sus últimos días con los niños, “cerrando un ciclo de casi 40 años”.
“Llegué al colegio despistado, sin saber exactamente a donde llegaba, y creo que he tenido el trabajo más bonito que hay, del que he disfrutado horrores”, señala para hacer balance de una trayectoria que incluso ha querido prolongar dos años.
“Cuando estudiaba Magisterio nos decían que esto era una vocación, que no era profesión, y tenían razón”, rememora este antequerano que estudió la primaria con los recordados maestros de la familia Muñoz, y posteriormente el bachiller en el Instituto Pedro Espinosa. “Decidí estudiar Magisterio en La Inmaculada casi de casualidad, porque yo tenía 17 años y no sabía qué hacer. La familia de mi madre vendía fruta en la Plaza y es lo que yo iba a hacer también. Pero un amigo mío lo estaba estudiando y la que ahora es mi mujer también iba a estudiarlo, y yo no sé cómo terminé allí”. “Yo tenía la vocación por el Magisterio, pero no sabía que la tenía”, explica.
Una vez concluidos sus estudios, “al empezar a trabajar con los alumnos pude relajarme y sentí cómo los niños se abrían a mí. Eso es increíble, porque eres su padre, su madre, me han llamado abuelo y abuela, es muy especial”. Ahí comenzaba un periplo por colegios muy diferentes en Málaga, Marbella, Mollina, Cartaojal, La Joya hasta que llega al Romero Robledo.
“Los niños, en el aspecto emocional, emotivo o de carácter son niños, en todos sitios, pero hay diferencias dependiendo de su procedencia”, cuenta desde su experiencia. Sin embargo, hay aspectos que nunca cambian: “son granujas, saltarines, gamberros, inquietos, alegres…”. Entre todas las franjas de edad con las que ha trabajado, “como preferencia personal siempre me han gustado más los más mayores, pero llevo trabajando con niños de 8 a 10 años desde hace unos 25 años, y me siento muy cómodo porque creo que es la edad escolar por excelencia, porque es cuando aprenden más porque son fáciles de llevar y auténticas esponjas”.
En todo este tiempo, desde su aula ha sido testigo de la evolución del propio alumnado, que manteniendo su esencia, “han cambiado mucho por el acceso que tienen a la cultura eso no lo tenía un niño de hace 30 años, antes no era tan fácil viajar, no había tantos recursos didácticos digitales, y eso ha hecho que cambien, aunque no dejan de ser niños”. “Ahora quieren ser influencers”, bromea rememorando una de sus múltiples anécdotas.
La evolución de la enseñanza es estos años
La relación del alumno con su profesor también ha evolucionado. “El profesor autoritario ya casi no existe, ahora mismo el profesor no puede ser un amigo, pero sí que tiene que ser una figura cercana que haga que el niños se abra para que salga su auténtico yo”, confiesa.
Desde su punto de vista “ese cambio ha sido para bueno”. Puntualiza que “yo creo que en la clase tiene que haber orden, y digamos que disciplina. Pero el maestro tiene que ser una persona receptiva a los niños, y eso va a hacer que se abran más y desarrollen su verdadera personalidad contigo, no se van a mostrar cohibidos ni temerosos”. “La única forma que tienes de motivarlos es que ellos se sientan relajados, que confíen en ti y se muestren como son, porque si no, esa enseñanza no es productiva”, añade.
Ricardo Beltrán reconoce que “los alumnos me han enseñado muchísimas cosas”. De hecho “yo comencé siendo profesor de una manera, y he acabado de otra muy distinta”. “Cuando yo empezaba, pensaba que era el que dirigía la clase, pero lo cierto es que la clase se dirige sola, y yo digamos que llevo el volante, pero el motor son los niños, que son los que marcan el avance y la velocidad que hay que llevar en cada momento”. “Para dar clase tienes que escuchar a los niños y saber qué es lo que sienten, ellos te dicen si entienden una cosa, si necesitan repasar algo…”.
En lo que respecta a los diferentes planes de estudios con los que ha tenido que trabajar, explica que “en Primaria ha sido algo relativo, por ejemplo llevo 25 años enseñando a multiplicar y a dividir, y eso va a ser siempre así. En cursos más altos sí que se nota más, y pienso que antes se estudiaba más que ahora, y ahora sin embargo se miran más las competencias. Ha cambiado, y creo que se premia menos el esfuerzo”.
Casi en el epílogo de su carrera, le llegaba una situación inesperada con la pandemia. “Eso jamás podría haberlo imaginado”, reconoce. Preguntado si la adaptación a marchas forzadas a unas clases digitales le supuso un esfuerzo especial, indica que “nos hemos tenido que ir adaptando a las circunstancias, preguntando a los más jóvenes que son los que estaban más al día en este sentido”. “No me tengo ni por muy habilidoso ni tampoco por muy torpe con los ordenadores, y debo reconocer que a mí me ha costado”, indica.
Lo que sí que tiene claro es que, si bien muchas de las medidas adoptadas entonces llegaban para quedarse, sobre todo en el apartado de la utilización de medios digitales para la enseñanza de las materias, los niños que nos deja la pandemia son exactamente iguales que los que había antes: “Eso ya está superado para ellos, y también ha servido para reforzar la figura de la escuela que es fundamental. El contacto, la relación entre el profesor y los alumnos, y entre los propios alumnos entre ellos, es un elemento indispensable”.
Un profesor que intentó hacer las cosas bien
Igual que él se acuerda de sus antiguos profesores, le gustaría que los alumnos que han pasado por sus aulas en estas casi cuatro décadas lo recuerden cuando llegue el ya cercano día de su jubilación “como una persona que ha realizado correctamente el papel que le ha tocado jugar en la vida, me gustaría que me recordaran con cariño, como un profesor que por lo menos intentó hacer las cosas bien”.
Es consciente, de este modo “que habrá personas que me recuerden con mucho cariño, y también otros con los que me habré equivocado y no me recordarán con tanto cariño”.
No le faltan proyectos para afrontar cuando llegue septiembre y no tenga que reincorporarse a su puesto de trabajo. “Afortunadamente tengo en cabeza muchas cosas, algunas tan descabelladas como escribir un libro, que no creo que llegue a hacerlo. Lo que sí que haré será disfrutar de mis aficiones, como la jardinería o el senderismo… me faltan días”.
No descarta seguir con la enseñanza, “realizando un voluntariado a través de Prolibertas”, con lo que seguiría su vocación.