jueves 21 noviembre 2024
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Domingo sexto de Pascua, Ciclo A: “Si no hay observancia, no hay amor”

Van pasando las fiestas civiles y religiosas. Atrás quedó la Semana Santa, la feria de Sevilla, estamos metidos de lleno en las primeras comuniones. Y con la sequía preocupa que el río no lleve agua y no puedan pasar las carretas al Rocío. Y me pregunto: ¿qué nos queda de todo esto?… Fiesta, comidas, hipotecas, deudas. Niños y padres que tras la primera comunión se despiden de la Iglesia o decenas de confirmandos que tras recibir el sacramento ya no pisan la Iglesia.

Me responden que “algo queda”. Pero vivir el cristianismo no es conformarse con las cuatro gotas de fe que se diluyen en el tiempo. Recordemos que el Papa Francisco nos está previniendo que en Europa se están perdiendo las raíces cristianas. Y en otros discursos nos ha hablado del “fariseísmo espiritual”. Éste consiste en utilizar la fe, sacramentos y expresiones populares solo para intereses económicos, turísticos, políticos y sociales. Pero sin ninguna connotación del Evangelio ni de la fe.

Estamos invitados a superar ese cristianismo cómodo y rutinario. El Señor nos convoca en medio de los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de nuestra vida y de nuestro “cristianismo cansado”. Él quiere anunciar una buena que no deja de ser nueva y sorprendente, estimulante y creadora. Dios es amor.

Creo que una Iglesia formada por cristianos que se relacionan con un Jesús mal conocido, poco amado y apenas recordado de manera rutinaria, es una Iglesia que corre el riesgo de irse extinguiendo. Una comunidad cristiana reunida en torno a un Jesús apagado, que no seduce, ni toca los corazones, es una comunidad sin futuro.

Como señalan muchos cristianos comprometidos: “Necesitamos en la Iglesia de Jesús urgentemente una relación nueva en la relación con Jesús”. La vuelta a las raíces cristianas que el Papa Francisco nos pide, pasa por verdaderas comunidades cristianas marcadas por la experiencia viva de Jesús. Todos podemos contribuir a que en la Iglesia se le sienta y se le viva a Jesús de manera nueva.

Ante esta perspectiva de pasar de actores críticos y pasivos ante la Iglesia, nos arriesgamos a ser apóstoles activos de Jesús que anuncian a Dios y denuncian mentiras y actitudes farisaicas. Para ello situémonos en el contexto del Evangelio de hoy en donde Jesús se va despidiéndose de sus amigos pero no les deja solos. Así también hoy Jesús no nos deja solos con nuestras crisis, miedos y dudas.

Recordemos el evangelio del domingo pasado en donde Jesús se había presentado ofreciéndose como camino al Padre: ahora, en el texto de hoy, Jesús introduce la promesa del envío del Espíritu Santo, como Consolador, como presencia cierta, pero también la promesa de su venida en lo más íntimo de los discípulos.

Jesús viene hoy a destacar en el Evangelio que amarle conlleva observar (“guardar”) sus mandamientos. Si no hay observancia, no hay amor. Esto nos hace pensar en nuestra vida ética y preguntarnos: ¿Es conforme a “los mandamientos de Jesús”?. ¿Buscamos “en todo amar y servir” como lo hizo Jesús?.

Tras la primera promesa que hace Jesús de que les va a enviar un defensor, viene la segunda promesa: su venida, su regreso; los discípulos lo verán y vivirán, porque Él es la resurrección y la vida. Preguntémonos hoy ante la vida veloz y efectivista que llevamos: ¿Experimentamos, en este tiempo de Pascua, la presencia de Jesús, viva y vivificadora, en nuestra vida? ¿En que se manifiesta?.

Finalmente recordemos que este amor suyo nos hace pasar de la tristeza a la alegría, de la soledad del odio, a la comunión de amor con los hermanos. ¡Animo y adelante! El amor a Dios y al hermano es el mejor regalo que Jesús puede ofrecernos.

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