El tiempo, el problema por decirlo de alguna manera, es el tiempo. Un tiempo que se marcha sin previo aviso, un tiempo que nunca pregunta la hora que es, un tiempo que no permite carreras hasta el objetivo ni excusas mal elaboradas, peor comunicadas entre nerviosismo y estrés. Un tiempo que tenemos prestado aunque creamos que es nuestro. Tiempo, un tema interesante para un coloquio. Si es entre familiares, todos pensamos de forma parecida con excepciones. Hay que llegar con tiempo a los trabajos, a las clases, a las citas…
Si el tiempo se analiza desde la visión cosmopolita de los compañeros de trabajo, o de los que se trasladan con nosotros de punta a punta de esa ciudad en autobús o metro, entonces, vamos mal. Los hay que opinan que hay que estar una hora antes en aeropuertos, estaciones de tren, citas de médicos, trabajo, citas con amigos… y otros opinan que salvo para el trabajo y poco más llegar a la hora que se ha quedado es suficiente. Obviamente todo depende de las circunstancias y del tráfico de la ciudad, por supuesto. Las historias creadas a partir de problemas de coche son de lo más creativas. En un ambiente distendido amigos y otros comentarán las excusas inverosímiles que han puesto a lo largo de su vida laboral, para justificar el llegar tarde. Desde ponerse una venda en una rodilla para simular un esguince, hasta el parto o alarma de parto de su mujer. En un momento de nuestra historia en la que tenemos la oportunidad de recurrir a alarmas, mensajes, de todo tipo, no hay ninguna excusa para llegar tarde a nuestras citas porque no nos hemos dado cuenta, la alarma ha sonado.
En verdad no existe la gestión del tiempo, solo existe la gestión de nosotros mismos. Cuando priorizamos tareas que hacer por ejemplo, estamos reorganizando nuestra lista, no ganado tiempo, así que ¿qué podemos eliminar de esa lista? Tenemos tiempo para pensar sobre esto o ¿nos buscamos una excusa imaginativa? Tiempo al tiempo.
