miércoles 1 mayo 2024
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Cervantes en El Quijote alude a Rodrigo de Narváez, del que celebramos 600 años de su muerte

Desde hace unos días, nuestro amigo e historiador de Antequera, Juan Campos Rodríguez, nos viene recordando en las redes sociales que, en este año 2024, se conmemora el 600 aniversario de la muerte del primer alcaide de Antequera, Rodrigo de Narváez. Como yo tenía pendiente de publicar, entre las leyendas antequeranas que vengo aquí compartiendo, una acerca de Rodrigo de Narváez, la he modificado y así me uno a esta efeméride, tan importante para Antequera.

Para ello, como nos ha recordado mi amigo Juan Campos, arrancaré del capítulo V de la primera parte del Quijote titulado: “Donde se prosigue la narración de la desgracia de nuestro caballero”.

En este capítulo, Don Quijote, como no podía menearse, recitaba un romance y se revolcaba por el suelo, acordándose de su Dulcinea:

“¡Dónde estás, señora mía,
que no te duele mi mal?
O no lo sabes, señora,
o eres falsa y desleal”.

Mientras que pensaba en sus libros y se identificaba con Valdovinos y se acordaba del Marqués de Mantua. Tras recitar los versos del romance:

“¡Oh noble Marqués de Mantua,
mi tío y señor carnal!”.

Se le acercó un labrador, vecino suyo, que, al verlo tendido en el suelo, le preguntó que quién era y qué le pasaba. Don Quijote lo confunde con el Marqués de Mantua, su tío, y sin contestarle, prosiguió con su romance. El labrador, admirado por los disparates que decía, le quitó la visera, le limpió el rostro y lo reconoció: “Señor Quijana, ¿quién ha puesto a vuestra merced de esta suerte?”. Don Quijote seguía con su romance y el labrador lo subió a su burro y lo llevó a su casa. Como no paraba de quejarse, le preguntó que qué mal sentía. Mientras, abandonó su pensamiento en Valdovinos y se acordó del moro Abindarráez, mientras el Alcaide de Antequera, Rodrigo de Narváez, lo prendió y llevó cautivo a su alcaidía. Cuando el labrador le volvió a preguntar que cómo estaba y qué sentía, le respondió las mismas palabras y razones que el cautivo Abencerraje:
“Sepa vuestra merced, don Rodrigo de Narváez, que esta hermosa Jarifa que he dicho es ahora la linda Dulcinea del Toboso, por quien yo he hecho, hago y haré los más famosos hechos de caballería que se han visto, vean ni verán en el mundo”.

A lo que el labrador respondió: “Mire vuestra merced, señor, pecador de mí, que yo no soy don Rodrigo de Narváez, ni el Marqués de Mantua, sino Pedro Alonso, su vecino; ni vuestra merced es Valdovino, ni Abindarráez, sino el honrado hidalgo del señor Quijana.”

Destaco este párrafo de este capítulo del Quijote, para centrar el cuento que hoy voy a publicar: “…Y no parece sino que el diablo le traía a la memoria los cuentos acomodados a sus sucesos, porque, en aquel punto, olvidándose de Valdovinos, se acordó del moro Abindarráez, cuando el alcaide de Antequera, Rodrigo de Narváez, le prendió y llevó cautivo a su alcaldía”. Porque este trayecto de don Quijote hacia su casa, llevado por su vecino, podría encajar perfectamente con el episodio en el que Rodrigo de Narváez, conducía a los amantes Abindarráez y Jarifa.

Francisco López Estrada en la Revista de Filología

Francisco López Estrada publicó, en la “Revista de Filología Española”, Tomo XLVII, 1964, este “cuento”, como le llama él y que en este año del 600 aniversario de la muerte de Rodrigo de Narváez, viene muy bien publicarlo, ya que es un acontecimiento, histórico o ficticio, muy poco conocido.

López Estrada afirma que un “hombre viejo”, lo atribuye a Rodrigo de Narváez, que se lo contó a los enamorados Abindarráez y Jarifa, cuando van camino de su voluntaria prisión, tras haberse casado y volver a Antequera para cumplir con la promesa que Abindarráez le hizo a Rodrigo de Narváez, para que le dejase ir a casarse con su novia Jarifa.
López Estrada constata que en el documento que él estudia, se puede leer en la reseña que he citado arriba, nos muestra cómo la fama de Rodrigo de Narváez, aparte de la versión histórica, perdura, no sólo a través de la historia del Abencerraje, sino también a través de este cuento de la honra, y nos cuenta esta curiosa historia, encontrada en un libro sobre hechos curiosos acontecidos en Córdoba:

“Don Rodrigo de Narváez fue en tiempos de los reyes católicos Fernando e Ysabel. Fue tan valeroso capitán que los moros lo tenían por espanto de sus fronteras, señalándose más que otro de su tiempo en las cosas de guerra que cada día se ofrecían. Por estas cosas el rey don Fernando de Aragón le hizo grandes merzedes y le dio la vara de Antequera en confianza haziéndole alcaide de ella, y que pudiese traer ocho alabarderos consigo, y en nuestros tiempos le an confirmado los Reyes esta merzed. Retando, pues, este cavallero ocupado en defensa de la ciudad que se le avía dado, sin embargo que los moros fronterizos de Granada los sacavan a escaramuzar cada día, en la qual ese buen alcaide se mostraba muy valeroso capitán, sucedió, pues, que en este tiempo estaba en aquella villa de Antequera una señora casada con un cavallero; puso los ojos el alcaide en ellacon mal ánimo; festejávala y servíala en todas maneras que le era posible.

Llegó a tanto su pasión que se determinó de escalarla la casa estando ausente su marido. La buena señora, luego que sintió la voluntad de el alcaide, se recogió no queriendo dar oídos a sus recaudos y peticiones por ser ella mui gran señora y muger de un tan gran cauallero. Cansóse el alcaide viendo que no le aprovechava nada sus diligencias. Era el alcaide tan llano, apacible y de buen término con todos, que no se trataba otra cosa en la villa sino de su nobleza y bondad, con que tenía ganadas las voluntades de todos, llamándole a boca llena padre de la patria. El marido de la señora que avía pretendido don Rodrigo de Narváez le fue a pedir un negocio harto dificultoso, que pedía para hazerse mucho parentesco y mucha amistad, y de lo uno ni de lo otro avía nada entre los dos, pero fiado de la nobleza del alcaide y sin saber lo que en su casa avía pretendido, le fue a pedir lo que pretendía, y el buen alcaide sin poner impedimento ni venderle la dificultad que avía, le comzedió luego su demanda diziéndole con mucho amor que entre otras cosas de más importancia quería le mandase.

Viendo, pues, el cavallero la larga mano con que se le abía correpondido y la voluntad con que mostraba para hazerle las gracias y haziéndose lenguas donde quería en alabanza al alcaide. Entre otras ocasiones donde mostró su agradecimiento fue que, viniendo a zenar a su casa, y estando con su mujer a la mesa y, viéndole ella tan alegre, le preguntó que de dónde venía y qué era la causa de su contento. El marido le contó lo que le abía sucedido con el alcaide, añadiendo otras mil cosas que en su loor toda la tierra decía, y que él determinava ser pregonero de ellas donde quiere que se hallase. Fue tanto lo que supo decir que la mujer, agradecida de su parte, le escribió un villete diciéndolo que lo mucho que dél avía dicho su marido, avía sido bastante a rendir a lo que te dodo el mundo no vastara, como él lo avía experimentado, y que, llevada de esta agradecimiento, se resolvía en condescender con su voluntad como se lo prometía por aquel villete que le enviara.

Leído el villete, se quedó pasmado, y viendo que se le mandava que fuese aquella noche porque el marido no estaba en casa, disimuló y le dixo al ama que lo llevara que le dixese a su señora que le besaba las manos, y que él aría lo que le mandava. Sin embargo, pues de salvos conductos que se le avían dado, determinó por lo que sucediese, armarse de todas armas, y encima de ellas se vistió de velludo verde aludiendo a la esperanza de conseguir su deseo. No quiso el buen cavallero llevar a nadie consigo, y llegado al puesto tiró una china a la ventana de la casa. La señora que estaba en vela, bajó y abrió a su nuevo galán recibiéndole con mil abrazos y todas las muestras de amor que se pueden imaginar. El cavallero quedó en esto más admirado que cuando recivió el villete, y, deseoso de saber la causa, le rogó que se lo dijese, que reciviría mucha merzed y regalo. Ella le respondió que le placía de decírselo, y comenzó de esta suerte: “Avéis de saber, señor alcaide, que cenando los días pasados mi marido y io, benísteis a plática; y él tomó la mano y abló y dixo de vos tantas cosas en vuestra alabanza, honra y nobleza, que no se más pudiera decir del mejor hombre del mundo. Llamoos, junto con esto, padre de la patria, y que todos, chicos y grandes, hallavan en vos amparo y remedio, y sobre todo, que érades gran servidor de damas y mui cortesano con ellas.

Al fi, mi marido quedó muy satisfecho y obligado a la merzed que le hicisteis, y lo, de oíle decir tantas cosas, que dé tan afizionada de vos, que lo que no pudo vuestra importunación, lo ganó en mí vuestra fama, y así resolví de serviros, y e aguardado esta ocasión, que está fuera mi marido, para satisfaceros de todo lo que fuere vuestra voluntad, como lo podréis hacer en la ocasión presente”.

El buen alcaide que acabó de oír la causa que a la Sra. Le auía movido a su liviandad, levantándose de la silla le dixo: “No permita Dios ni su Santa Madre que a hombre que tanto bien dixo , haga yo con él semejante traición y maldad; y así os suplico que me perdonéis, señora, porque os certifico que no baste todo el mundo a trocarme de este parezer, y a no ser mui agradecido a tan buena y leal voluntad como es la vuestro esposo.” Y diciendo esto se volvió a salir por donde entró, quedando la pobre señora abergonzada y confusa de lo hecho, y por otra parte admirada de la lealtad y bondad del alcaide, pues quiso posponer su gusto y privarse de lo que tanto avía deseado, por no ofender a su marido. Fue esto causa para que la señora lo estimase en más de allí en adelante, siendo pregonera de las virtudes del alcaide en las ocasiones que se ofrecían. Todo esto se vino a descubrir después por su confesor, y muerto el alcaide se compusieron romanzes y muchas letras que se an cantado en toda España con grande loa de esta famoso cavallero don Rodrigo de Narváez, de quien se ha subido hasta las nubes este caso que le suzedió, pero pocos le an imitado la virtud y fidelidad que guardó a su amigo y bienhechor”.

Córdoba con Antequera y la alusión al primer alcaide

El trabajo de Francisco López Estrada continúa explicando el porqué de la aparición de este cuento en unos documentos de Córdoba (“Libro de cosas notables que han sucedido en la ciudad de Córdoba y a sus hijos en diversos tiempos”) y lo explica porque muchas familias cordobesas ayudaron a la conquista de Antequera.

Luego, López Estrada, hace un estudio de la relación de este “cuento” con el Abencerraje y lo compara, ya en un estudio más literario, con la obra Il Pecarone. De sumo interés todo su trabajo, pero que nos aparta de nuestra intención hoy. Aunque lo que sí nos interesa es saber cuáles son los anacronismos que este “cuento” ofrece: Un error histórico como es situar en tiempos de los Reyes Católicos a este don Rodrigo, ya que confunde a Fernando de Antequera con los Reyes Católicos, cuando Rodrigo de Narváez se le identifica muy bien en las Crónicas de Juan II; el “cuento” queda a caballo entre la historia y la leyenda, condición muy propia de nuestra literatura; la fama del caso traspasó el recato de la confesión y se extendió de un modo que aún recuerda las características medievales: romances y letras para el canto.

Con este trabajo intento rendir homenaje a nuestro primer Alcaide, Rodrigo de Narváez, en el 600 aniversario de su muerte, curiosamente yo vivo en la calle que lleva su nombre, y contribuyo, así, a los deseos de mi buen amigo y gran historiador, Juan Campos Rodríguez, de que nuestra ciudad conmemore esta efeméride, a lo largo de este año recién estrenado.

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