jueves 2 mayo 2024
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El arquitecto que culminó la interminable obra del museo dolménico

Con su trabajo, se puso punto final a décadas de mastodónticos proyectos y vigas gigantes para poner los pies en la tierra y crear un museo que se “uniera” a la naturaleza.Esta semana hablamos con el arquitecto Antonio Campos Alcaide (24 de abril de 1962, Santa Elena, Jaén), que nos cuenta los secretos del edificio del Museo del Sitio de Los Dólmenes.

 

 

Todo comenzó allá por el 2009, en concreto, el 23 de noviembre de ese año, cuando entregó el concurso del proyecto de un museo que comenzó: “El recorrido total de este proyecto ha durado más de diez años, con una obra que se comienza en marzo de 2018”, nos cuenta.

 

“El edificio estaba ya hecho”, recuerda, “lo que había era un problema enquistado, con una gran mole de hormigón que se había construido en los años 80 y por cambios de criterio en la valoración del patrimonio como del paisaje. El concurso planteaba ver cómo se podía hacer un museo sin tirar todo lo que había, pero sí reduciendo el volumen porque la volumetría de lo que allí existía era excesiva con respecto al paisaje que lo rodeaba”.

 

Durante todo este proceso y antes incluso de empezar la obra, el proyecto tuvo que ser modificado: “El Patrimonio Mundial hizo que todavía quitáramos más volumen al edificio. El volumen resultante fue resultado de lo que quitamos al principio más lo que el procedimiento de Patrimonio hizo. Recuerdo una mañana que la inspectora de la UNESCO, Margaret Gowen, estando allí en Los Dólmenes, estuvimos viendo que quizá se podía hacer un ajuste todavía mayor de volumen en superficie y quitar alguno más y así se hizo, modificando el proyecto”, destaca el arquitecto.

 

Si nos metemos de lleno en el Museo, el edificio tiene “más de la mitad de su superficie enterrada. El volumen que nosotros vemos del edificio no se corresponde con las instalaciones que realmente tiene y eso es posible porque está enterrado en casi un 60 por ciento. Hay que tener en cuenta que el edificio tiene salas permanentes, temporales, recepción, salón de actos… Y además existen muchas salas de apoyo a la investigación y a los bienes culturales: hay un laboratorio, dos depósitos para materiales, un archivo, sala para investigación, además de las salas de máquinas, dirección y administración del conjunto, sala de desinfección y talleres de restauración para cuando llega una pieza…”.

 

Otra de las cuestiones que trató el equipo de Campos Alcaide fue la de “simplificar los volúmenes y hacerlo neutro. Además, que la cubierta sea verde y que esté siempre igual que el campo que la rodea. La cubierta no responde al concepto de cubierta ajardinada porque si la pusiéramos así, en verano que todo el entorno estaría amarillo, se vería la cubierta verde. Lo que hemos tratado es que la cubierta sea como el terreno que ya hay y las plantas son las mismas especies que las que hay a su alrededor. El museo está metido en un hoyo y se ve desde la entrada, desde Menga… cuando estamos en el conjunto siempre estamos en una posición elevada y viendo las cubiertas del edificio. Por ese motivo, siempre se ha pensado en las cubiertas como un terreno vegetal y libre de cualquier elemento y maquinaria”.

 

Esos elementos “se han colocado en parte en el sótano y en parte en una zona de instalaciones acotada junto a los aparcamientos, porque entre el edificio y los aparcamientos hay un túnel de instalaciones que se puede recorrer. Si llegásemos a los aparcamientos, nos podríamos meter a través de unas galerías subterráneas que llegarían hasta el edificio y aparecer ahí. Eso es importante para el registro, el mantenimiento, ampliaciones, modificaciones…”.

 

“Ha sido un reto muy interesante”

Y, ¿qué ha supuesto este encargo para el arquitecto? “Ha sido un reto muy interesante. Había un proyecto para el museo y tanto para la evaluación del conjunto como para los trabajos o la atención a los representantes de UNESCO, siempre he participado y me siento muy orgulloso porque creo que ha sido un proceso ejemplar. Cuando iba a todo lo que se ha planteado en Antequera con respecto a Los Dólmenes, volvía orgulloso de lo bien que se estaba haciendo por parte del Conjunto, Ayuntamiento y ciudadanía. Como consecuencia de todo esto, se ha tenido un final muy exitoso”.

 

Del mayor reto que tuvo por delante, destaca “el derribo de casi dos plantas del edificio, que eran de hormigón armado con unos volúmenes tremendos. Había un montón de vigas que tenían un metro y medio de canto e incluso una viga tenía tres metros de ancho, eso es un volumen y un peso de toneladas. Fue un reto poderlo derribar sin que el propio derribo destrozara todo lo que había debajo. Un derribo es muy fácil hacerlo si no tienes nada debajo, pero no tanto si hay que quitar esos volúmenes preservando toda la estructura”.

 

Se planificó “muy bien al principio y se pensaron las soluciones, vimos la viabilidad y se hizo como se proyectó y con buen resultado. Nosotros cuando se produjeron los derribos estuvimos allí todos los días de la obra porque era la primera vez que hacíamos un derribo de esas dimensiones preservando lo que había debajo”. Un reto que, sin duda, se consiguió culminar con éxito.

 

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