Puede que al estrellato o al cielo de las estrellas o al crepúsculo de los dioses, se ascienda por un rojo de alfombra inmortal ocupada por pies descalzos o pensamientos de celuloide calzados en las altísimas sandalias diseñadas por Jimmy Choo. Aun así, a pesar de los efectos especiales el punto de debate la bisectriz siempre estará en la cámara y en su presencia en el rodaje aunque este a veces se llene de guiones virtuales. Cuando Frances McDorman baja de su caravana lo hace con rostro cubierto de los surcos de la vida, con manos llenas de carga de trabajo y determinación de gran actriz.
Nada es como antes, pero, las ideas se enfrentan a realizadores coherentes o directores en los que habita la simbiosis lingüística de la existencia humana. Montadores que cortan y pegan acometiendo una línea sinuosa sobre las estrías de las columnas salomónicas que sostienen,con marmórea intención, a la industria del cine.Blanco y negro. Un polizonte en sepia también tienen cabida. Los rostros emergen con ambiciones de contar historias inesperadas, diferentes, inexplicables, terribles, suntuosas, escuálidas. Expediciones por el Ártico, por el desierto, por el suspense, el desamor las batallas sangrientas, los pasos olvidados de las murallas y de las puertas adentro, por la cordura y la locura en forma de diálogos con un Hopkins magistral. Paseos desesperados por la mudez o la sordera de una batería que se quiebra como si fuera de papel metálico.
Canciones o música que envuelven las cintas dándole una identidad que a veces no tienen, proporcionándole uno ritmo y un paroxismo inusitado de la que huyen muchas para no sentirse esclavizadas por un epílogo en caída libre sin cuerpo que las eleve.
Antes de se apaguen las luces de los thriller, de las cintas románticas o de los dramas, de que los trajes se guarden en los armarios especiales de la memoria, antes de que un tiempo suceda tendrá que abrirse la puerta del cine, la gran pantalla está allí, al fondo de la sala esperándonos.