sábado 27 abril 2024
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Lázaro y el hombre rico

Bien podríamos comenzar la reflexión de este domingo XXVI del tiempo ordinario con la siguiente pregunta: ¿Qué podemos hacer con y por Lázaro? La parábola del Evangelio de hoy es una de las más conocidas. Tanto que forma parte de la cultura popular el recuerdo de aquel personaje mugriento que solicitaba limosna a las puertas de la casa de un hombre rico. Hoy, veintiún siglo después, aunque creamos que no,  sigue habiendo muchos Lázaros que piden limosna a las puertas de nuestras casas opulentas, ricas y bien cerradas.

Son los inmigrantes que vienen de países pobres en busca de un salario que les permita vivir dignamente. Son los que piden por la calle o a las puertas de nuestras iglesias. Son las muchas personas que acuden a los servicios sociales del Estado, del ayuntamiento o de la misma Iglesia en busca de ayuda para pagar el recibo de la luz o para comprar los alimentos necesarios. Bien podríamos comenzar la reflexión de este domingo XXVI del tiempo ordinario con la siguiente pregunta: ¿Qué podemos hacer con y por Lázaro?

La parábola del Evangelio de hoy es una de las más conocidas. Tanto que forma parte de la cultura popular el recuerdo de aquel personaje mugriento que solicitaba limosna a las puertas de la casa de un hombre rico. Hoy, veintiún siglo después, aunque creamos que no,  sigue habiendo muchos Lázaros que piden limosna a las puertas de nuestras casas opulentas, ricas y bien cerradas. Son los inmigrantes que vienen de países pobres en busca de un salario que les permita vivir dignamente.

Son los que piden por la calle o a las puertas de nuestras iglesias. Son las muchas personas que acuden a los servicios sociales del Estado, del ayuntamiento o de la misma Iglesia en busca de ayuda para pagar el recibo de la luz o para comprar los alimentos necesarios.  Pero también, sigue habiendo muchos ricos que banquetean sin pensar en lo que sucede más allá de las puertas de sus palacios, de sus casas. Es más. La mayoría se ha provisto de un buen servicio de seguridad que no permite a los “indeseables”– entre los que se incluyen a los pobres naturalmente– traspasar los límites de sus hermosas viviendas. Hay gente que dispone de unos recursos difícilmente imaginables para la mayoría de las personas. Estoy seguro también que la mayoría de nosotros no pertenecemos ni a uno ni a otro grupo.

No estamos entre los “Lázaros” de este mundo. Podemos disponer de lo mínimo y un poco más, a veces hasta bastante más. Pero tampoco nos parecemos al rico de que habla la parábola ni a esos ricos de nuestro mundo que frecuentan unos ambientes donde nosotros mismos seríamos vistos como “pobres Lázaros”. A partir de ahí podemos pensar que la parábola no tiene nada que decirnos. Sencillamente no se dirige a nosotros. En todo caso, hasta nos sentiríamos más cerca del sufrido Lázaro. Nos ha tocado trabajar mucho y hemos sacado poco.

Esperamos que en el otro lado nos toque una buena vida. Pensamos que más bien nos tocará estar con Lázaro en el seno de Abrahán. Pero las parábolas siempre exageran un poco la realidad. Y la exageran para que la entendamos mejor. En la oposición entre el rico y Lázaro comprendemos mejor que no podemos vivir una vida en la que miremos apenas a “mis” propios intereses y preocupaciones. Lázaro son los pobres que a veces vemos por las calles. Pero Lázaro es cualquier persona que cerca de nosotros está necesitada de cariño y atención. Muchas veces también puede haber Lázaro en nuestra propia familia… En muchas ocasiones no se trata de dar dinero sino de ofrecer nuestro tiempo, nuestra compañía, una palabra de aliento, de comprensión. Vivir en cristiano significa abrir los ojos para ver allá de mis intereses y deseos, de lo que me gusta. Vivir en cristiano es interesarme por mi hermano hasta dar la vida por él. Exactamente como Jesús hizo.

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