Se atraviesa antes un patio rodeado de macetas plenas de flores, llenas de aspidistras y otras plantas de las que no me se sus nombres. Al fondo, a través de un arco que parecía salido de una revista de decoración, y al lado de un pequeño estanque verdoso azulado, estaba la cafetería que emergía en medio de este conjunto como protagonista en una novela de suspense. La noche ayudaba al ambiente novelesco, así que no me extrañó, que el comandante Martín Servaz, personaje de ficción en las novelas de Bernard Minier, anduviera por aquellos lares, porque le gusta el buen café y aquello que se le añade como un croissant recién hecho. Cafetería Cerise. Un lugar real para un personaje imaginario Tenía muchas ganas de volver. Ya saben, los que somos frikis de algo o alguien, nos movemos así. Es la tercera visita a Toulouse, la Ciudad Rosa. Siempre me la encuentro en el camino hacia París o en ruta hacia Burdeos o Carcassonne.
La noche se ha vuelto tibia y huele a palmeras de piedra del claustro del convento de los jacobinos. Desde las terrazas se oye el rumor sencillo del agua que se aleja embarcada en cauce del Garona. Callejuelas en rosa en las que se mezcla el arte con la vida nocturna, Columnas románicas, torres octogonales que se dejan ver desde cualquier ángulo. Joyas occitanas que el silencio que las circunda llena de hermosura y esconde el latir de corazones de todos los tiempos entre las espesas ramas de sus jardines. No apagues la luz, que diría Servaz, haciendo mención al título de la novela en al que habita. Persecuciones policiales de papel y tinta, tramas imposibles que corren por la hermosa Rue Gambetta.
Encanto cosmopolita que abraza murales extraordinarios, mientras alguien tararea una melodía inaudible en la Rive Gauche. El aroma a violetas, la otra riqueza de la ciudad y sus campos, nos invade con el único objetivo de grabarse en nuestra memoria para que una y otra vez recordemos que esta icónica ciudad existe. El avión nos espera. Au revoir!
