No avanzan esos tres barcos por el océano. Como diría Neruda, “ellos cruzan insensibles su camino”. Se perciben detenidos en un mar en relativa calma, en un mar de oleajes profundos que se alejan de las rocas amarillas y se funden en el interior de las corrientes marinas confundiéndose entre azules y verdes. La fuerza del agua que sigue su ruta para reencontrarse con ella misma. Ellos tres permanecen estáticos, fundidos en un hierático momento, captados por el artista de esa forma que no permite huidas imprevistas, salidas de tono por aguas amargas, saladas o dulces.
Quietos, barcos varados sobre un mar de óleo, aceite de trementina y pinceles que no se ven pero se intuyen. El estatismo del cuadro en el que se detienen los sueños de los marineros no trazados por el pintor porque no debían estar allí. En realidad son tres cuadros que separados por el bastidor de la tela pintada conforman uno. Dos de ellos rectangulares se alzan sobre la blanca pared acogiendo los barcos en primera linea, parecen tragados por esa espuma creada con blanco de zinc y una pizca de arena. El tercer cuadro es de diferente tamaño, pero forma un conjunto armoniosos con sus hermanos. En éste solo hay mar en calma. Diferentes tonalidades que navegan mezclándose con la luz dorada de un atardecer temprano y el gris curvado de las nubes que van y vienen como los pensamientos, sin moverse del lugar. No huele a nada, tal vez un ligero matiz a linaza y a madera impregnada de algas imaginadas y tatuajes de puertos.
Inmutable el escenario tal vez ahora más oscuro en la esquina derecha de la tela. Se acerca tormenta en la imaginación pues el óleo permanece imperturbable. Transmitiendo sentimientos sin voz que se escriben con mayúsculas en las retinas de quiénes lo miran. La firma casi ilegible deja entrever una creatividad sin límites. Arrecia la galerna en silencio.
