viernes 17 mayo 2024
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Reflexión del domingo 28 de junio, XIII del Tiempo Ordinario (Ciclo B)

· Primera lectura, Sabiduría 1,13-15; 2,23-25.
· Salmo responsorial: Salmos,  29. R.- Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
· Segunda lectura, II Corintios 8, 7-9.13-15.
· Evangelio, Marcos 5,21-43.
Para concluir con el mes de junio, nos ofrece el Evangelio un relato especialmente significativo. Se trata de ese fragmento donde el Señor Jesús nos ofrece una nueva lección, aunque, en esta ocasión, casi sin abrir la boca. Cuando decimos que el Señor tiene palabras y gestos salvadores, hoy contemplamos un par de ejemplos claros de esos hechos que salvan. Y de la importancia que tiene la fe en la vida de quienes queremos seguirlo. Es la condición necesaria: sin fe no podemos seguir los pasos del Maestro.
 
Me refiero a la sucesión de escenas de la hemorroisa y la hija enferma del jefe de la sinagoga, de Jairo. Posiblemente sean dos de los mejores ejemplos de esa fe que, cuando es verdadera, es “capaz de mover montañas”. Porque la fe, como todas las cosas importantes de nuestra vida cristiana, es a la vez don y tarea. Un don, un regalo que Dios nos ha hecho al hacernos hijos suyos por el bautismo; y una tarea, un trabajo, que cada día nos invita a dedicar nuestros mejores esfuerzos, a cuidarla con cariño, para disfrutar del regalo de su amor misericordioso.
 
En este Evangelio no podemos explicar la fe con la definición de los antiguos catecismos, aquélla que decía que la fe es “creer en lo que no se ve”. No. Jairo y aquella pobre mujer enferma sí vieron en Jesús el “clavo ardiendo” al que agarrarse como esa esperanza para su desesperación, para sus sufrimientos. 
No les hizo falta un conocimiento grande del maestro o conocer en profundidad sus enseñanzas. Bastó el ansia de su corazón, el deseo de salvación que les inundaba para que descubrieran que Aquél que pasaba por allí, era la respuesta de todas sus angustias y males. 
A mí personalmente siempre me ha llamado la atención el primer milagro, el caso de esta mujer, que se había dejado sus mejores años  y dineros en buscar una salud que nunca llegaba. En su desesperación, se acerca por detrás de Jesús a tocarlo, buscando curarse.  Ella no le suplicó, no se lo pidió por favor. Pero tras las dudas y los miedos iniciales, lo reconoció, casi temblando, que ella es quien se había atrevido a tocarlo para curarse. Por esa fe, por ese atrevimiento recibe la alabanza que a todos nos gustaría recibir: “Tu fe te ha salvado, vete en paz y con salud”.
 
Pero a un gran milagro sucede otro pasaje de una fe impresionante: el caso de Jairo. Para que se curara su pequeña hija, no le importó al jefe de la sinagoga el suplicarle por ella, pese a que alguno lo criticaría por “echarse a los pies”, por confiar en aquel “charlatán”, siendo él alguien tan importante en aquella comunidad, un respetable judío.
 
Incluso contra toda esperanza. Cuando le avisan de la muerte de su hija, sigue confiando en Jesús, y lo lleva hasta ella cuando se lo pide, tras preguntar por su fe, por si confiaba en Él. Jairo lo hace, y se encuentra con la alegría de que Jesús “despierta” a su pequeña de aquel mal sueño.
Por eso, ante la hermosura de estos “milagros”, yo me pregunto: ¿qué le falta a nuestra fe para alcanzar esta alabanza, estos frutos, para mover la misericordia de Dios para con nuestras debilidades, nuestros problemas?
 
Pues ni más ni menos que la sinceridad de corazón y el saberse necesitados de su amor. Cuando de verdad en nuestra vida nos sentimos necesitados de Alguien que cuide de nuestra vida, o cuando ante la dificultad somos capaces de confiar de verdad en el Señor, entonces dejamos espacio para que nuestra fe pueda actuar, pueda acercarnos a esa fuente que sacia de verdad nuestra sed, al amor de Dios. Dejamos a Dios ser Dios y no queramos nosotros controlarlo todo. Buen y santo domingo para todos. Y como decía San Pedro, hoy víspera de su fiesta: “Señor, creo en ti, pero aumenta nuestra fe”.
 
padre Juan Manuel Ortiz Palomo 
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