jueves 21 noviembre 2024
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La Navidad como recuerdo de ese amor que nace cada año en nuestro interior

Todo hogar tendrá una reunión familiar donde se fusionan los recuerdos del ayer con los nuevos hábitos de hoy. Siempre habrá una luz que dirija la mirada a ese Niño que vuelve a nacer.

Han tenido que pasar tres años para poder volver a celebrar el inicio de una Navidad sin mascarillas ni restricciones. Toca reflexionar, pensar que vivir es cuestión de un abrir y cerrar los ojos, por lo que hay que aprovechar cada momento. Y qué mejor opción que buscar a ese Niño Dios que hay esperando…

Vivimos en una época en lo que lo normal se esconde, se vive en la intimidad y nos da miedo a decirlo públicamente. Quizá es hora de buscar una normalidad en la vida en la que no nos asuste reconocer que hay momentos en los que vivimos como crecimos y que en algún momento podemos cambiar el guión, sin vergüenza, miedo ni arrepentimiento.

Bastantes guerras hay ya en el mundo, mirando asombrados lo que sigue pasando en Ucrania por Rusia. Bastante odio hay en la calle, en esas redes sociales que provocan enfrentamientos. Es el reflejo de la sociedad que hemos creado: no hay sentido común y estás conmigo o contra mía. Aprovechamos esta Navidad para montar un Belén, al que le invitamos que nos sigan y seguro que lo vivirán en el fondo como vamos a compartir en estas páginas.

En Navidad, en recuerdo del Nacimiento del Niño Jesús, hace más de 2.000 años, paramos las máquinas del día a día, pero si nos cuesta admitirlo, digamos que es por el solsticio de invierno. Al final, se trata de parar y reflexionar.Aunque los canales de televisión, los anuncios y las modas nos inundan de Santa Claus, nieve y magia… aquí, en cada rincón, hay un Belén, formado al menos por un Niño Jesús, su Madre la Virgen María, y su padre, San José. Aunque estén rodeados de adornos de colores rojo y blanco, bolas, luces y árboles de nieve, pero en el centro, está el misterio de la Navidad.

Aunque no lo hayas montado, seguro que pararás ante el Niño y pensarás: “¡Así tuve que ser yo!”. “Mi padre lo montaba y mi madre preparaba la casa para acogernos en Nochebuena”. “Ese día pillé una buena con los amigos en el Paseo cuando quedábamos allí antes de cenar en casa”. “Navidad, el último día que vi a mi hermano, aunque no era consciente de ello”. “No me gusta la Navidad porque sabíamos que no le quedaba mucho tiempo”. “Este año no está la abuela ni sus recetas incomparables”…

La escena se repite. Siempre habrá un niño merodeando el entorno y haciéndonos sentir que la Navidad tiene esa virtud de acercarnos a un niño, ya lo veamos como Niño Dios, el nieto, el sobrino, el primo, o el pequeño de la vecina o del amigo. Hay un niño que sale de nuestro interior y por unos instantes, volvemos a ser el que fuimos. Y es así cuando nos olvidamos de tantos malos hábitos del año ya casi pasado.

Alrededor del Belén, las demás figuras: el “cuñao”, el tío, la abuela, el amigo del hermano, la vecina, la prima que no soportamos, la hermana que no está, el padre que ya no puede con sus fuerzas, la abuela y su hábito de cada año, el niño que quiere jugar, el hermano que nos engatusa para cambiar de canal, la espera del que siempre llega tarde… Son cosas que no cambian, pero que hacen únicas estas fiestas.Y todo en un ambiente familiar, con la crisis de los nuevos núcleos donde los abuelos ya no son el centro, sino a veces hasta un estorbo. El pariente que cambia de pareja o esa reunión de niños que ya no son primos ni tienen lazos de sangre, sino reflejo de la sociedad de hoy.

Pero, ¿y por qué nos seguimos reuniendo dos mil años después? Porque en el fondo, aunque no lo reconozcamos, un niño nace de nuevo en el fondo de cada ser. Y es el sentido que debe de tener esta Navidad. Cada uno con su fe, su creencia y vivencia, debe ser ejemplo. Pero sobre todo de buenas personas. ¿Hasta cuándo nos durará? Esto depende de cada uno. En un pesebre, sin lujos, fiestas, luces, ni comidas copiosas, nació el Niño Dios.

Ese ejemplo debe ser parte de la reflexión del año 2022. No nos hace falta más que el amor de unos padres a un hijo, de la felicidad de dar la bienvenida a un crío por parte de una familia. Todo lo demás, nos sobra.Por eso quizá el mundo ha cambiado. No se trata de ser antiguo o moderno, sino de ser persona que alumbre como una estrella de Navidad, que acoja al que viene y esté más cómodo que en un pesebre, que se sienta querido. No hay mayor vacío que la soledad.

Por eso, la Navidad debe de ser esa época en la que nos reiniciemos todos, busquemos la luz y dejemos las prácticas del día a día. No sabemos hasta cuándo durará, pero entre todos, se puede conseguir. Desde estas páginas centenarias de papel… ¡Feliz Navidad! Sigan la estrella que ilumina al portal de su casa, dejen entrar a ese Niño que cada año nace en casa y no lo olviden, al menos, hagan el intento. Con amor, todo es posible en la esperanza de cerrar los ojos y mañana volver a abrirlos.

 
 
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