Ni mucho menos. El tema de los palomos sigue preocupando y se sufren sus consecuencias. Ha mejorado en los últimos años por el interés del concejal de turno. Hay jaulas en los tejados, que han sufrido un deterioro considerable, pero no se revisan con la asiduidad que cabría esperar; y es muy molesto tener los patios interiores y paredes llenas de palomina y plumas revoloteando. La calle Vestuario es su excusado más querido, y me temo que no el único.
Los hábitos se hacen costumbres, al fin y al cabo, los animales repiten los mismos roles que las personas. Mejor dicho, el hombre es animal de rutinas. Estar con ojo avizor hacia el tendedero porque la fortaleza de su excremento, que debe ser un abono buenísimo para algunas especies de jardín, marca la prenda despojándola de su color inicial. Años atrás, una pequeña cantidad de trigo envenenado se esparcía por los tejados y el control estaba asegurado y las zonas comunes limpias. Sin embargo, la protección de la naturaleza, que es tema primordial, a veces choca con las prioridades.
Somos raritos los seres humanos, hacemos chanza y fiesta matando a un toro a lo bestia, obligándole a sufrir lo indecible y nos multan si eliminamos a un palomo que realmente nos fastidia. Y si no que se lo pregunten a la peluquera de calle Vestuario. Ha tenido que volver a atender, sin remuneración alguna, a señoras que su peinado de dos horas de espera ha sido elegido por el palomo para dejar su huella. Con el consiguiente enfado de la afectada y la preocupación de quien regenta el negocio pensando que algunas clientas no quieran volver.
No me vale la excusa de la respuesta que da el presidente de la SCA. Si el edificio tiene un acceso complicado hay que buscar soluciones. Nadie tiene por que estar conforme con estos animales que dejan tanta porquería y acarrean enfermedades. Quizá la solución no tenga que ser eliminarlos. Pero seguro que hay que ser más contundentes en su control. No se admiten descuidos.
