sábado 23 noviembre 2024
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3 de abril, Domingo de la Octava de Pascua, Ciclo C

· Primera lectura: Hechos 2, 42-47.
· Salmo responsorial: Salmo 117, ‘Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia’
· Segunda lectura: 1 Pedro 1, 3-9. 
· Evangelio: Juan 20, 19-31.
La vida y la muerte de Jesucristo fue una historia con final feliz. La vida y el amor son más fuertes que el dolor y la muerte. Y eso, que desde su Resurrección es uno de los pilares de nuestra fe, aunque no es algo que fácilmente podamos  aceptar sin más. Somos demasiados racionales, y nos cuesta, muchas veces, admitir que Dios le gusta hacer las cosas de otra manera, que su respuesta, que su Si al mundo se concreta de un modo diverso a como pensamos. 
 
El dolor y la muerte de Jesús nos conmueve. Hemos vivido su pasión en profundidad. Tanto que nos cuesta creer que la última palabra de Dios pueda tener tanta vida y tanta esperanza. Y no solo nos ocurre a nosotros. En sus propios discípulos ese dolor y ese sufrimiento provoca su traición, su abandono. 
 
Ese es el primer dato del evangelio de este domingo. Los amigos de Jesús, sus destrozadas vidas, necesitaban el perdón de su Maestro. Es uno de los primeros frutos de la Resurrección. “Tus heridas, nos han curado, Señor”. El encontrarse con el Resucitado los hace hombres nuevos, los renueva por completo.
 
Pero en ese primer encuentro con el Resucitado falta uno de ellos. Tomás, el mellizo no estaba con ellos. Él siempre ponía mucho realismo a sus palabras, sus afirmaciones estaban muy “a ras de suelo”. Por eso ante la emoción de los demás por el encuentro con el Nazareno resucitado su respuesta está llena de duda y de resentimiento: “si no toco sus heridas, si no meto mi mano en su costado”, no lo creeré.
 
A esa gran desconfianza del día de la resurrección Jesús da una respuesta contundente a los ocho días: “aquí los tienes, Tomás”. Y en ese encuentro personal e intransferible, nace la confesión del corazón. Otro detalle importante: nadie puede encontrarse con el Señor por nosotros, nadie puede creer por nosotros. La fe, don de Dios, es al mismo tiempo una respuesta personal de cada uno de nosotros. 
 
Por eso el ejemplo de Tomás debe ayudarnos a ver que no hay pecado que no se pueda perdonar, que para Dios todos somos importantes, todos estamos llamados a vivir siempre la plenitud de la vida y el amor.
 
Su “Señor mío y Dios mío” es una de las más bella confesiones de fe de toda la Escritura, es la respuesta de un corazón que tras verse inundado por la misericordia de Dios, explota de amor. 
No necesitó una larga reflexión o muchas palabras para que su corazón fuera, por fin, una fuente de misericordia. Es otro de los frutos de ese encuentro con el Resucitado. Cambia la vida y nos hace testigos de lo ocurrido, nos impulsa a que nuestros labios y nuestra vida sean altavoces del amor que vive en el Señor resucitado.
 
Así se comprenden mejor las bellas palabras con las que san Juan cierra el evangelio de hoy. El no lo escribe pensando en él o los demás discípulos; o en que se quedara recogido por escrito todo lo ocurrido, a modo de crónica. 
 
Nos dice que lo recoge con detalle para que seamos muchos los que conozcamos, para que podamos conocer mejor que hizo Jesucristo; y conociéndolo, lo amemos y creamos que Él es el Señor de nuestra vida. Es el regalo que el Señor nos hace, a través de la Iglesia, en este tiempo Pascual. 
 
Bella tarea para disfrutar en profundidad de este hermoso tiempo de Pascua; y también para toda nuestra existencia cristiana. ¡Feliz domingo de la divina Misericordia a todos!
 
padre Juan Manuel Ortiz Palomo 
 
 
   
 
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