jueves 24 abril 2025
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La imagen del Señor de Antequera: el Cristo de la Salud y de las Aguas

Todo el que la contempla, aparte quedar impresionado por su expresión, si tiene que explicar cómo es la imagen a quien no la conoce, suele destacarla con una palabra: “bellísima”. Y es que la dulzura de su expresión no es habitual.

Hace años, había quien dentro de la Iglesia tenía otra forma de decir las cosas sin darse cuenta de que no todo el mundo lo comprendía y salía escandalizado. Así en este mismo templo, escuché decir que Tú, mi dulce Señor de la Salud y de las Aguas, no eras el Cristo, que sólo eras un tronco de madera. Y parece que alguien como que le replicaba enseguida, dirigiéndote, como si fuera a Ti, mi dulce Señor de la Salud y de las Aguas, unas frases…
Aunque sólo fuera un tronco seco
deforme, oscuro, podrido
ese leño dolorido 
de tu rostro nazareno.
Aunque nada humano al menos
quedara ya en la madera,
ni la llaga descarnada
de tus manos, manos fueran;
ni las espinas hirieran
tu sien de miel traspasada; 
aunque ya no hubiera nada
de misterio o de dolor, 
ni de hombre ni de Dios
en el leño de tu cara, 
en lo poco que quedara
vendríamos a rezarte también, 
SEÑOR DE LA SALUD Y DE LAS AGUAS 
carne de Dios antequerana.
 
 
   

Y es que para los antequeranos, Señor, eres consuelo, esperanza, vida, una imagen, en fin, ante la que preguntarnos
¿Quién muere en Ti, Señor mío,
el que se fue de su casa 
 porque amores no le dieron
 el que por trabajo clama, 
 el ancianito que abandonaron 
 y ya nadie lo llama, 
 el niño que quiso ser
 pero en el mundo sobraba
 el joven que se debate
 ante el incierto mañana? 
¿Quién muere en Ti, Señor mío
dulcísimo Cristo de la Salud 
y de las Aguas? 
Para que pedirte que todo mejore, nos tienes aquí, Señor un año más, para rezar a tus pies…
 
Padre Nuestro, alzado como bandera de dolor al cielo, danos ya aquí tu Reino, que no se hace en nuestra tierra tu voluntad, de la misma manera que se hace ya en tu cielo.
 
El pan de cada día que sea de todos, y perdona nuestras deudas, aunque nosotros no sepamos perdonarlas a quienes nos deben.
 
Ángel Guerrero 
  
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