viernes 22 noviembre 2024
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Reflexión dominical, Domingo XIV del Tiempo Ordinario

Aunque nos encontremos en verano y muchos de nosotros descansando de las duras faenas, nos encontramos con Jesús que continúa trabajando. Para él no hay descanso. Sigue su labor incansable tanto de palabra como de obras. Cuando ya se había hecho popular y famoso por sus milagros y su enseñanza, Jesús volvió un día a su lugar de origen, Nazaret, y como de costumbre se puso a enseñar en la sinagoga. 

Pero esta vez no despertó ningún entusiasmo. Más que escuchar cuanto decía y juzgarle según ello, la gente se puso a hacer consideraciones acerca de Él: “¿De dónde ha sacado esta sabiduría? le conocemos bien; es el carpintero, ¡el hijo de María y de José!”. “Y se escandalizaban de Él”, o sea, encontraban un obstáculo para creerle en el hecho de que le conocían bien.Ante esta incredulidad de sus paisanos, Jesús se quejó amargamente: “Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio”. Esta frase se ha convertido en proverbial en la forma abreviada: nadie es profeta en su tierra. Pero esto es sólo una curiosidad.

El pasaje evangélico nos lanza también una advertencia que podemos resumir así: ¡atentos a no cometer el mismo error que cometieron los nazarenos! En cierto sentido, Jesús vuelve a su patria cada vez que su Evangelio es anunciado en los países que fueron, en un tiempo, la cuna del cristianismo.En general Europa, es, para el cristianismo, lo que era Nazaret para Jesús: “El lugar donde fue criado” (el cristianismo nació en Asia, pero creció en Europa, ¡un poco como Jesús había nacido en Belén, pero fue criado en Nazaret!). Hoy corremos el mismo riesgo que los nazarenos: no reconocer a Jesús. La carta constitucional de la nueva Europa unida no es el único lugar del que Él es actualmente «expulsado»… 

El episodio del Evangelio nos enseña algo importante: Jesús nos deja libres, propone, pero no impone. Aquel día, ante el rechazo de sus paisanos, Jesús no se abandonó a amenazas. No dijo indignado nada. Sencillamente se marchó a otro lugar…Así actúa también hoy. “Dios es tímido”. Tiene mucho más respeto de nuestra libertad que la que tenemos nosotros mismos, los unos de la de los otros. Esto crea una gran responsabilidad. San Agustín decía: «Tengo miedo de Jesús que pasa», en efecto, pasar sin que me percate, pasar sin que yo esté dispuesto a acogerle.

Su paso es siempre un paso de gracia. Marcos dice sintéticamente que, habiendo llegado a Nazaret en sábado, Jesús «se puso a enseñar en la sinagoga». Pero el Evangelio de Lucas especifica también qué enseñó y qué dijo aquel sábado. Dijo que había venido «para anunciar a los pobres la Buena Nueva, para proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos; para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor». Lo que Jesús proclamaba en la sinagoga de Nazaret era, por lo tanto, el primer jubileo cristiano de la historia, el primer gran «año de gracia», del que todos los jubileos y «años santos» son un recuerdo.

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