Estos días anda por los teatros Rafael Álvarez «El Brujo» comparando héroes antiguos y modernos. Según él (hablo de oídas) una figura como Nadal equivaldría a lo que para los griegos fue Ulises. Pero hay una diferencia: lo del tenista es valor individual, mientras la Odisea es una gesta coral donde se valora tanto el papel protagonista, como el sentido de grupo.
Un buen ejemplo de cohesión y juego de equipo es el que ha dado la selección de baloncesto en su remontada frente a Rusia, después de un descanso en el que, según Pau Gasol: «nos miramos unos a otros y dijimos: ¡hay que tranquilizarse!». Y, a partir de ahí se pusieron a jugar como una piña, hasta que, con la alegría del triunfo, exclamó uno de ellos en alabanza de sus compañeros: «¡con estos «tíos», a donde haga falta!»
La humanidad no ha carecido de relatos de aventura y amistad, desde la Odisea a Curro Jiménez (q.e.p.d), en los que había alguien que decía: «¡a por ellos!», o bien «uno para todos, y todos para uno». Aunque esta pedagogía de los valores épicos casi siempre queda en música celestial, como vio Cervantes, al confrontarse con la tozudez de la realidad social y política.
Ahora dicen que España está bajo «el efecto medioevo», quizás sea por las autonomías levantiscas, por el empobrecimiento general, o porque ahí están los cantores de gesta celebrando éxitos deportivos, a falta de otra cosa. Al síndrome medieval corresponde una sociedad civil progresivamente consciente de que, como esto del feudalismo presente es lo que hay, lo mejor que puede ocurrir es que pase por la aldea algún juglar (este es el servicio que presta la TV) que sepa cantar algo para que grandes y chicos se contagien de orgullo ante un equipo humano por el que valga la pena decir: «con estos tíos, a donde haga falta».
El imaginario colectivo está sediento de grandes relatos que proporcionen identidad y confianza, aunque sea a cambio de sangre, sudor, lágrimas y esfuerzo. Pero, mire usted por dónde, esta pobre España exhausta no ha recibido últimamente más propuesta que esa vieja utopía del secano histórico: «La hoz y el Gordillo».
El esperpento es la nihilista confirmación, muy española, de que aquí no van quedando más que dos certezas: que esto no tiene arreglo y, que estos tíos (los políticos) no están dispuestos a jugar como una piña: como un Dream Team.