Mis Prolibertas estaban en Córdoba. Los mejores en el mejor de los sitios, marco justo para una gala que tenía la finalidad de recaudar fondos para emplearlos donde hace más falta. Calientan motores con quienes tienen, comparten mantel y vino y alguna que otra conversación con mayor o menor transcendencia, pero con el corazón y la meta puestos donde tan sabiamente han elegido estar, al lado de los humildes, necesitados y marginados. Grandes son estos trinitarios; tanto, que su fuerza arrastra y empuja a muchos voluntarios que se desplazaron para arroparles, acompañarles, y seguir creyendo y apostando por un proyecto bello, sincero y generoso donde cabe todo el amor del mundo. Estar al lado de los necesitados no es altruista, es preciso porque lo demanda la fe, es alentador porque obliga a vivir con intensidad, es alegre porque cada sonrisa que seamos capaces de despertar se multiplican por miles en nuestro interior, es noble porque nos hace solidarios y es sobre todo, y ante todo, amor al prójimo; es buscar ese punto de empatía, ese saber ponernos en el lugar del otro. Esto lo hacen estos religiosos, como tantos otros por qué no decirlo, de manera admirable, se entregan cada día al trabajo y esfuerzo bien programado y medido para alejar un poco más la pobreza y ganar espacio a la integración, creando un ambiente de convivencia tan equitativo que asombra y sorprende.
Los cordobeses van a recordar mucho tiempo este evento y, a estos antequeranos que seguro que hicieron patria dejándoles un buen sabor de boca para que devuelvan la visita en la primavera próxima. Y muchos de sus ciudadanos se van a ver acogidos, abrigados y queridos, donde el plato caliente y la palabra de consuelo no les faltará. ¡Menudos son estos trinitarios para atender bien! Si alguien se siente con ánimo y medios, cópienles. Imítenles con la mayor exactitud posible, seguro que aliviaran más penas de las que puedan imaginar.
