viernes 19 abril 2024
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Domingo de la Santísima Trinidad: Ciclo C

Las fiestas de Pascua se nos quedan cortas para contener las grandes celebraciones que la Iglesia tiene en este tiempo. Así aparecen dos grandes fiestas en los domingos siguientes al domingo de Pentecostés, con la celebración de la Santísima Trinidad, en este fin de semana y el Corpus el próximo.

Esta fiesta de Dios-mismo, nos quiere recordar todo lo que el Dios del amor ha hecho por nosotros, hasta convertir la historia de la humanidad en una verdadera historia de salvación y de libertad. Aunque, lo primero que podemos decir es que esta historia de amor empezó mucho, mucho tiempo, mucho antes de lo que podríamos imaginar, ya que comenzó antes de la Creación del mundo. 

Dios pensó en realizar esta maravilla, porque el amor que estaba en su corazón necesitaba expresarse en la realidad y en la vida de todas las criaturas. Pero especialmente de aquellas que habían salido desde sus entrañas a su imagen y semejanza, de la mujer y el hombre.

Eran el culmen de su Creación. Con ellos salía a pasear cada tarde, disfrutaba de esa armonía general. Aunque esta felicidad duró poco en aquel “paraíso”, y el pecado hizo que se quebrara el equilibrio del amor y de la libertad. Para remediarlo, en medio del Pueblo Elegido surgieron voces que fueron anunciando el cambio que debía venir, que las cosas no podían seguir así. Fueron los profetas, esos altavoces del amor de Dios que daban esperanza en medio de las dificultades. 

La solución no podía ser un enviado de Dios, ni Elías o Moisés, sino Dios mismo, el Hijo eterno de Dios: Jesucristo. Para llevar a plenitud su historia de amor, Dios pide permiso a una sencilla muchacha, para que el Espíritu Santo la cubra con su sombra, para que sea la madre del Señor.

Ese Espíritu es el motor de la vida de Jesucristo. Todos sus grandes momentos tienen dos cosas en común: vienen después de haber hablado con su Padre en la oración y son refrendados por el amor del Espíritu Santo, que le impulsa a actuar. 

Pero como hemos visto hace unos días, al final de su camino por la tierra, el Señor subió al seno del Padre, volvió a su Casa celestial. Y para acompañarnos nos envió su Espíritu. Y desde su envío en Pentecostés, es el motor de la vida de la Iglesia, que es enviada hasta los confines del mundo a hacer resonar el amor de Dios, ese que libera a los seres humanos de sus “esclavitudes” y nos hace llevar adelante su misión salvífica.

Cada mañana, ese Espíritu Santo renueva todas las cosas. Y ese hacer nuevas todas las cosas es lo que nos ofrece a todos la esperanza de saber que nuestro Dios-amor está detrás de nuestra vida, sobre todo ante las dificultades y los problemas. Es el aire fresco que alivia el bochorno del día con la suavidad que solo el amor puede dar.

Hablar del Misterio de la Trinidad es complicado. Ver los efectos del amor de ese Dios-comunidad en la vida de las personas es mucho más sencillo. Si no, pensemos que los cristianos hacemos las cosas en “el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Así es como comenzamos cada celebración en la Iglesia. O es como muchas personas recuerdan su fe cuando van a salir a la calle… 

Un sencillo gesto pero con una gran profundidad: queremos que Dios esté con nosotros, que acompañe en todos los momentos de nuestra vida. Ojalá seamos conscientes de ello, y ese Espíritu de amor que recibimos en nuestro bautismo, ese sello del amor de Dios que vive en nosotros mantengan siempre encendida la llama de nuestro amor a Dios, ese que solo podemos conocer en el rostro cercano y misericordioso del Señor Jesús. Que el amor del Dios-Trinidad os bendiga. Feliz domingo, hermanos.

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