martes 23 abril 2024
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Domingo de Pentecostés

Hoy es el cumpleaños de la Iglesia, el día que los apóstoles salen a anunciar el Evangelio.  En Pentecostés estando los discípulos y la Virgen María reunidos y con las puertas cerradas, se realiza la promesa de Jesús, “os enviaré el Espíritu Santo”. Y aquella mañana se abren las puertas del Cenáculo  y de hombres cobardes y encerrados en sus miedos, salen hombres y mujeres valientes, alegres y llenos del Espíritu de Dios. 

Hoy pareciera que andamos cortándoles las alas al Espíritu de Dios. Estamos tentados a mantener una Iglesia tradicional de antes,  de apariencia, de poder, de privilegios y de poco compromiso con los pobres y marginados. Una Iglesia conservadora de sacramentalización y devociones particulares. Nos escandalizamos porque la gente viene cada vez menos a misa y de que se van reduciendo enormemente los bautismos, las primeras comuniones y bodas. Pero no nos escandalizamos de que los pobres estén aumentando, los ancianos se encuentran cada día más solos, que aumentan los enfermos mentales tirados en las calles y los presos en las cárceles. 

Y ahí está soplándonos el Espíritu de Dios no solo para que cumplamos con las normas de la Iglesia sino para que vivamos el Evangelio cada día desde nuestra fragilidad y dolor. Y desde aquí al lado de Jesús oremos diciendo: “Espíritu Santo, ven y llena los corazones de tus fieles”. Ya llega un nuevo pentecostés para una Iglesia nueva más sinodal, menos clerical y más participativa. Es la verdadera Iglesia que Jesús quería y por la que dio su vida. Ahora es tiempo del Espíritu, dejemos que se mueva con libertad en nuestro mundo, en nuestros espacios eclesiales, en nuestras vidas personales y comunitarias.

Hoy tras el COVID, los drásticos efectos de la guerra de Rusia contra Ucrania y los rápidos cambios ocurridos, la humanidad necesita recibir los rayos del espíritu y nosotros, pequeños y sencillos bautizados, somos los elegidos para que su luz nos traspase y pueda llegar a muchos rincones oscuros tristes y dolorosos de la humanidad y de la naturaleza. 

Hoy contemplamos muchas vidas rotas por las adicciones del alcohol y droga, rotas por falta de oportunidades. Hoy muchos quieren vivir como antes del COVID sin darse cuenta que la Pandemia a todos nos ha dejado huellas y hay que ser realistas y enfrentar desde la fe la nueva realidad que vivimos. Ante esto, el Espíritu Santo viene a reconstruir lo que estaba roto y perdido, dentro y fuera de la Iglesia, quiere que se acaben las torres de babel actuales, la guerra  y las barcas que se hunden en los mares cargadas de sueños y esperanzas de los más pobres.

Recordemos que en el Evangelio de Juan, Jesús se presenta, al anochecer en una casa con las puertas atrancadas por el miedo. Y puesto “en medio de ellos”, les da la paz. Y, a continuación, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el espíritu Santo: a quienes les perdonéis los pecados, les quedarán perdonados”. Les dio, pues, el Espíritu para la reconciliación. Hemos de entender que este Espíritu se regala a los miedosos, a los desanimados y cobardes. Se les da a ellos parar transformarlos y, una vez transformados de arriba abajo, para que ayuden a la transformación de los demás.

El evangelista San Juan nos enseña que el Espíritu desciende precisamente parar quitarnos el miedo y el temor, para que “salgamos” de nuestro encerramiento con la misión de ser reconciliadores y de crear comunidad. 

¡Ven, Espíritu Santo!, llama profunda que escrutas e iluminas el corazón del hombre; restablece la fe con tu noticia, y el amor ponga en vela la esperanza hasta que el Señor vuelva.

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