martes 23 abril 2024
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Pasarlas moradas

No pienso pasarlas moradas. Cedo el testigo a quien tenga espíritu de víctima apaleada. Así que el abrigo que me he comprado, contra todo pronóstico, es de un exuberante color rojo victoria. Mis amigos se llevan las manos a la cabeza. No sé de qué se extrañan, pues ya me conocen lo suficiente para saber que yo, la mayoría de las veces, consigo lo que quiero, y las otras, usando estrategias lúcidas, también. Mis amigas, hablo en femenino plural, opinan, me aconsejan: rojo, morado… Mis hijas no cuentan porque me ven bien envuelta en ambos colores. Así que, después de aclarar que esta vez no me vestiré de morado, manifiesto que el escarlata es mi perdición, me reafirmo en mi negocio: rojo. Esta vez me sumergiré en rojo cachemir. ¿Y el vestido? Pregunta otra de las amigas que me acompañan en el periplo de compras. Pues, rojo también. ¡Ah! exclama tranquila, porque ella lo es.

Últimamente he descubierto que el rojo, además de transmitir pasión como se ha dicho siempre, gana esta temporada por goleada y por inteligencia. Vestirme de rojo ha sido como sentirme en el interior de un encantamiento. En este terreno tengo ventaja por lo de escritora y lectora de cuentos. Por cierto: a veces, estas historias vienen cargadas de manzanas rojas envenenadas que te ofrece quien menos te lo esperas. Pero claro, eso es un cuento y yo hablo de un abrigo.

Desde que me lo probé, el abrigo, y comprobé que era leal a mis medidas, noté que mi vida cambiaba, que giraba hacia la culminación en rojo, hacia el éxito en rojo, hacia el encandilamiento triunfal. Lo acogí sin más. Sentí que la tierra estaba firme bajo mis pies y salí del probador con el rúbeo abrigo bien abrochado, con la profesionalidad que dan los años que llevo venciendo artificios. Desvelaré el secreto que no es tal. De rojo insobornable asistiré a la boda de la hija de mi mejor amigo, que para más señas vive en Zurich. No me siento la mujer de rojo, pero sí la mujer que sobrevivió a una noche que bordeaba sombras.

Ahora rojo.

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