viernes 19 abril 2024
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Reflexión del Evangelio del domingo quinto de Pascua, ciclo C

Hemos empezado la recta final del tiempo Pascual con este domingo quinto. La resurrección del Señor cambia la vida de los discípulos. Pero el anuncio de la buena noticia necesitaba de ese impulso inicial, de ese encuentro con el Resucitado que les cambió la vida. Al mismo tiempo, necesitaban que el amor y la protección del Señor les animara en su trabajo y les permitiera interpretar todo lo que Jesús les había enseñado durante su vida. 

Cuando Juan escribió el texto del evangelio que hoy proclamamos en la misa del domingo, habían pasado muchos años desde aquella Última Cena, pero todavía vibraba en su corazón todo el amor que el Maestro derramó al pronunciar aquel discurso de despedida.

En aquel ambiente entrañable brotaron las confidencias del Maestro, las últimas enseñanzas que confiaba a sus discípulos. Sabía que les quedaba mucho camino por delante, y que este estaría lleno de dificultades para sus amigos, hasta que llegara ese cielo nuevo y esa tierra nueva de los que habla hoy el libro del Apocalipsis.

Y por eso prepara bien sus almas con muchos ejemplos, con muchas parábolas que les sirvan para los momentos de dificultad que se puedan presentar en sus vidas, y para que los vayan transmitiendo a todos, para que esta Buena Noticia llegue hasta los confines del mundo.

Hoy se va a centrar en darnos un mandamiento nuevo. No es que los diez mandamientos del Sinaí estuvieran incompletos. Pero si se pueden resumir en uno: “que os améis unos a otros como yo os he amado”. 

Si Dios es amor, es en el amor donde se demuestra que de verdad somos cristianos: “la señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros”. 

Y ¿cómo fue el amor del Señor, al que nosotros deberíamos parecernos? Pues un amor hasta el final, un amor que lo lleva a morir en la cruz, desde donde nos abraza a todos, porque allí está por todos nosotros, por ti y por mí. Porque es su amor el que hace que esa muerte se convierta en vida, como estamos celebrando durante toda la Pascua.

Viendo un amor así, no podemos permitirnos el lujo de cruzarnos de brazos, y hacer como que no nos importe lo que le pasa a los demás. Si lo hacemos, lo que no podremos decir es que somos cristianos, seguidores de ese Cristo que se entregó hasta el final. 

Pero ese amor es el que pone en pie a la Iglesia todas las mañanas en todo el mundo. Y es el que le lleva a muchos hermanos a desvivirse por ayudar al prójimo, el que les hace reconocer en quien sufre la injusticia el rostro sufriente del mismo Cristo. Porque eso es amar como Él nos ha amado.

Ese amor debería brotar en nuestro trabajo, en nuestras actividades cotidianas, porque es donde podemos santificarnos, poniendo el amor de Dios en nuestro trabajo, siendo cristianos también en lo que hacemos cada día para ganarnos el pan. Ese amor que debería de estar detrás de la vida de todos los que nos decimos cristianos. Porque por mucho que nos parezca lo contrario, solo dando lo que somos es como ganamos y nos llenamos del amor de Dios. 

Así son las cosas de Dios, así es como el amor abre la brecha de nuestro duro corazón, que muchas veces parece de piedra, para que brote el amor como el agua viva que lo inunda todo y lo purifica todo. Ojalá que seamos testigos de ese amor en nuestra vida. Y si no es así, pidámosle ayuda al Señor, pidámosle a Él a que nos enseñe a amar de verdad y sin condiciones, especialmente a quien más lo necesita.

Santo y feliz fin de semana para todos. Que Dios os bendiga.

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