viernes 17 mayo 2024
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Segundo Domingo de Pascua, Domingo de la Divina Misericordia

· Primera Lectura: Hechos

5, 12-16.

· Salmo responsorial:

Salmos, 117. “Dad gracias

al Señor, porque es

bueno, porque es eterna

su misericordia”

· Segunda Lectura:

Apocalipsis 1, 9-11a. 12-

13. 17-19.

· Evangelio: Juan 20, 19-

31.

 

Hoy cierra la Iglesia la Octava de Pascua. El hecho decisivo de nuestra historia, la resurrección del Señor, bien merece una gran celebración como quieren ser estos días. La resurrección del Señor, pese a sus múltiples anuncios, “pilló” a sus discípulos con el pie cambiado. 

 

No les entraba en la cabeza, no es algo lógico. Y cuando comienza el evangelio de este domingo estaban aún llorando y doloridos por la muerte de Jesús, llenos de miedo. El trágico final de Jesús podía ser el suyo si los jefes del pueblo se acordaban de los discípulos del Nazareno. A pesar de todo, había una cosa que no habían olvidado. A la muerte de Jesús no se va cada uno por su lado, sino que siguen todos juntos con sus dudas y sus oscuridades vitales.

 

En eso estaban cuando escuchan la voz cariñosa del Maestro: “Paz a vosotros”. Si, allí estaba en medio de ellos. Y por si hubiera alguna duda, les enseñó su “carta de identidad”: las heridas de sus manos y su costado. Porque el muerto en la cruz es aquel que se hace presente en medio de los suyos para que lo vean vivo, y viéndolo así crean en Él y de este modo continúen con su misión.

 

Para ello les va a regalar el Espíritu Santo, esa ayuda del amor de Dios que les va a ayudar para llevar adelante en la tarea. Es el centro de este evangelio y de la vida de todo cristiano. Todo lo que hacemos es gracias a este don, a su fuerza, que es la que pone en pie a la Iglesia cada mañana, la que en medio de las dificultades la llena de alegría y esperanza.Pero al comienzo de aquella noche no estaban todos, y a los ocho días, como ocurre hoy al celebrar este domingo, acontece la segunda parte del evangelio. El incrédulo de Tomás se había reído de sus compañeros, los había tomado casi por lunáticos. Cómo iban a haber visto al Maestro vivo después del drama de la cruz.

 

Así se entiende su órdago, casi su desfachatez: yo para creerlo tengo que meter el dedo en sus heridas. Una barbaridad que encubre su decepción ante el final del Nazareno. Tomás se lo había jugado todo a la “carta” del Evangelio, y la muerte en la Cruz de Jesús parecía ser el final, lo que lo llenaba de desilusión.Su respuesta al verlo con sus propios ojos nos muestra que el saludo del Maestro lo desarma, lo deja sin argumentos razonables: Toma mis manos, toca mis heridas, mete tu mano en mi costado abierto. Ante eso exclamó su famoso “Dios mío y Señor mío”, pues no necesitó nada más para confesar su fe. Es lo hermoso del encuentro con Cristo.

 

La vivencia así de la fe no necesita de dogmas o de normas, sino que transforma toda la vida, y hace realidad ese nuevo nacimiento que supone la vida del cristiano.Por eso podemos afirmar que todo se hace nuevo a la luz de la Resurrección. El encuentro con el Señor vivo es el que renueva nuestra vida. Por eso, en la eucaristía de este domingo de la Divina de la Misericordia acerquémonos a Cristo, que se parte para nosotros, para hacernos participes de su nueva vida. Que ese amor sea el motor que necesita nuestra vida.

¡Feliz y santo fin de semana para todos. Que Dios os bendiga!

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