sábado 27 abril 2024
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Domingo 2 de julio: A Jesús no le gustan las medias tintas

Domingo XIII del Tiempo Ordinario, ciclo A. A Jesús no le gustan las medias tintas. Tratándose del amor es radical. Desde su adolescencia da muestras de ello. Con 12 años se queda en el templo y cuando sus padres angustiados lo encuentran, él les dice: “¿Pero no sabíais que debo estar –edei– en las cosas de mi padre?” Y Benedicto XVI dice en un comentario: “La palabra griega “dei” utilizada aquí por el evangelista retorna siempre en los evangelios allí donde se presenta lo que establece la voluntad de Dios, a la cual está sometido Jesús”.

Hoy Jesús nos dice que hay que amarle del todo. Y parece indicar que la escuela del amor verdadero es la de Dios. Él es la medida de lo que no tiene medida, el amor. Y, por eso, afirma: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí. El que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí”.

Palabras harto duras, pero a quien desea amar a Dios, como pide Jesús, Dios le enseña y da fuerzas. Y por eso, quien entra en la dinámica del amor de Dios se sorprende de la capacidad de amor que Dios le otorga. Tan verdad es esto, que todos admiramos la fuerza de amor que tienen los santos. Como nuestro Beato Enrique Vidaurreta. Cuando llevaron a la cárcel a los sacerdotes de Málaga y señalaron a unos para fusilarlos, uno de los nombrados estaba enfermo. Y él, sabiendo a lo que se exponía, intercedió por el compañero. Lo que bastó para que lo mandaron a ocupar el puesto del que estaba enfermo.

–Salió para la muerte, –decía un testigo– como salía para celebrar la santa misa: traspirando paz.

Y Jesús añadió: «El que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí». ¡Cómo pesa la cruz! Pero cuando se vive con la fe en Jesús, la visión cambia.
Nunca olvidaré que hace muchos años yo era confesor de los Hermanos Maristas. Ellos tenían una Residencia para hermanos mayores cerca del Arroyo de la Miel, donde yo ejercía como párroco. Me llamaron para administrar a un religioso enfermo. Lo encontré en la cama, con unos ojos vidriosos y enorme delgadez. Me contempló con una leve sonrisa. Le sonreí y dije:

-Hermano, está usted en la cruz de Cristo.

Él me observó con una mirada inolvidable mientras decía: «Estoy en el mejor sitio, porque si Dios tuviese uno mejor para mí, me lo estaría dando.»

He aquí –pensé– una fe y esperanza verdaderas. Éste hermano vive lo que dijo Jesús: «El que no carga con su cruz y me sigue no es digno de mí».

Y el evangelio concluye: «El que dé aunque no sea más que un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños porque es discípulo mío, no quedará sin recompensa». Me encanta esta frase. Y es que cuando hablamos del amor, solemos pensar en los actos supremos del mismo, pero el verdadero discípulo de Jesús, sabe atender al amor diario, tan necesario, como un vaso de agua fresca. Por eso, a veces, rezo: -El amor nuestro de cada día, dánosle hoy.

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