Alcanzamos ya, a comienzos de mayo, el tercer domingo de Pascua. Poco a poco hemos vivido la Octava de Pascua, esa celebración del “primer día de la semana” que quiere mostrarnos cómo los discípulos del Señor van tomando conciencia de porqué está el sepulcro vacío, de cómo Dios ha cumplido su promesa y ha levantado de la muerte a su Hijo bien amado.
En este domingo nos ofrece la liturgia el relato de una de esas apariciones del Resucitado. Este año en concreto la que corresponde a este domingo es la de la “pesca milagrosa” en el Lago de Cesarea. Como indica el propio evangelista, ésta es la tercera aparición de Cristo resucitado a sus discípulos en el evangelio de Juan. Estos, dejando atrás Jerusalén, vuelven a su tarea cotidiana, a su trabajo como pescadores en Galilea.
Y tras el infructuoso trabajo de la noche, hoy van a encontrarse con la alegría de que el Señor Resucitado sale a su encuentro. Desde la orilla les pide pescado. Y ante la respuesta de aquellos pescadores de que no han cogido nada, les indica que eche en las redes por el otro lado. Eso da paso a una pesca abundante. Y a que Juan reconozca en aquel que habla con ellos al propio Señor.
Tras llegar a la orilla se sientan a cenar, a disfrutar de aquella pesca abundante. Qué bella imagen de la Iglesia esta de la cena tras la pesca milagrosa. Sin el Señor no somos nada. Con él, en su palabra, podemos pescar en los mares del mundo, dar fruto abundante.
Aunque el momento más bello de esta parte de la narración corresponde al momento en que todos sentados alrededor del Resucitado, hacen presente a la iglesia. Solo así, con el Señor en medio de nosotros, podremos contemplar la fuerza que tiene la vida, aprender a llegar a dar frutos de vida, a ser plenamente esa iglesia por la que él dio su vida en la Cruz.
Pero la Providencia ha hecho que este Evangelio tenga como co-protagonista al bueno de Simón Pedro, en la parte final del texto. Es un verdadero examen de amor el que el Señor le hace en la segunda parte del relato.
Pues hablar de ese “examen” a las puertas del Cónclave que va a elegir al sucesor del Papa Francisco, parece ofrecernos unas interesantes claves para nuestra oración ahora, y para la acogida del nuevo obispo de Roma dentro de apenas unos días. Me refiero a la pregunta que el Resucitado hace a su discípulo, aquel que tenía que confirmar en la fe a sus hermanos.
La pregunta del Señor no es que has hecho al frente de tu diócesis, cuáles son tus méritos o cuál es tu posición ideológica. Para nada. La pregunta es “Pedro, ¿me amas más que estos? Igual que la negativa la noche de la Pasión fue triple, la confesión del amor tambien lo es por triple partida. Por ello, el bueno de Pedro se rompe al final ante ese “Pedro, ¿me quieres”, a lo que responde desde el fondo del corazón: Señor tú lo sabes todo, tú sabes que te amo.
Por eso, en el Cónclave que comenzará a mitad de la próxima semana, recemos, para que los cardenales sepan elegir a quien pueda responder al Señor como hizo el propio Pedro, quien sepa estar al frente de la Iglesia desde el amor y el servicio a los hermanos.
Desde la confianza que nos da saber que el Señor no abandona a su Iglesia, desde el convencimiento que de nuevo Él pondrá al frente de su Iglesia a aquel que esta necesita hoy y en los próximos años, esperaremos con ilusión y esperanza el momento de conocer al nuevo Obispo de la Iglesia Madre de Roma. ¡Feliz y santo fin de semana para todos!