Cualquier momento del año es bueno para descubrir lo que Dios quiere de cada uno de nosotros. También en el verano podemos preguntarle al Señor qué espera de nosotros y gozar con la respuesta de Dios. Escuchar a Dios que nos dice: ¡Dame hija mía, hijo mío, tu corazón!
San Pedro tuvo dudas de si valía la pena darle la vida y el corazón entero al Señor. Por eso le preguntó: “Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.”
Y el Maestro le respondió: “Os lo aseguro, nadie que haya dejado casa, mujer, hermanos, padres o hijos por causa del Reino de Dios quedará sin recibir mucho más en el tiempo presente y, en el venidero, la vida eterna.”
No hace mucho el Papa Francisco recordó junto a un grupo de jóvenes el momento maravilloso en que Dios le pidió su vida; el momento de su vocación.
“Era el 21 de septiembre de 1953. Tenía casi 17 años. Era el Día del Estudiante, que para nosotros es el comienzo de la primavera. Antes de ir a la fiesta, pasé por la parroquia. Me encontré con un sacerdote que no conocía y sentí la necesidad de confesarme.
“No sé lo que sucedió. No sé por qué aquel sacerdote estaba allí. No sé por qué sentí ese deseo de confesarme. Pero la verdad es que alguien me esperaba. Me estaba esperando desde hacía tiempo.
“Después de la confesión sentí que algo había cambiado. Yo no era el mismo. Había sentido una voz, una llamada. Estaba convencido de que tenía que ser sacerdote. El Señor nos espera primero. Él nos «primerea» siempre”.
Y el Papa Francisco dio ese paso, ese salto del que habla San Juan de la Cruz: “Mas por ser de amor el lance, di un ciego y oscuro salto, y fui tan alto, tan alto, que le di a la caza alcance”.
Ahora podemos decirle a Jesús: También yo quiero ser para ti, y para siempre. Para ti, porque hoy en día necesitas gente joven capaz de enamorarse a lo grande.
Se vive mejor haciendo la voluntad de Dios que la propia. El descubrimiento de la vocación personal es el momento más importante de toda existencia.
Quiero ser para ti y no para mí: el sentido de mi vida no soy yo, sino tú, Señor. Quiero ser para ti, y para siempre: quiero serte fiel.
Sin duda habrá dificultades. No será una decisión fácil. San Juan Pablo II nos lo señala: “A veces puede ser fácil equivocar el camino que lleva al encuentro con Cristo. Muchas son, en efecto, las tentaciones de nuestros días, las seducciones que quisieran apagar la voz divina que resuena dentro del corazón de cada uno. Estad seguros de que si le escucháis y le seguís os sentiréis llenos de gozo y alegría.”
No desconfiemos de Dios porque Él no defrauda nunca, porque Él nunca se deja ganar en generosidad. El Papa Benedicto XVI nos anima a abandonarnos confiados en la Voluntad de Dios: “Queridos jóvenes, la felicidad que buscáis, la felicidad que tenéis derecho de saborear, tiene un nombre, un rostro: el de Jesús de Nazaret, oculto en la Eucaristía. Estad plenamente convencidos: Cristo no quita nada de lo que hay de hermoso y grande en vosotros, sino que lleva todo a la perfección para la gloria de Dios, la felicidad de los hombres y la salvación del mundo”.
La vocación supone un acto de fe radical; es fiarse de una persona absolutamente. Y esa Persona es Dios. No es una vida cómoda lo que nos hace felices. Lo que nos hace felices es tener un corazón enamorado de Dios.
Los caminos del Señor no son cómodos, pero tampoco hemos sido creados para la comodidad, sino para cosas grandes, para el Bien. La vocación no es el camino de los que sopesan y regatean su entrega a Dios. Ni es el camino de los que se imaginan que están haciéndole un favor a Dios. Ten la valentía de ser audaz con Dios. Prueba. No tengas miedo de Él. Ten la valentía de arriesgar con la fe.
padre José María Valero