sábado 27 abril 2024
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El recordado maestro don Eduardo Álvarez Méndez, del León Motta, nos deja con el cariño de tantas generaciones

Tras un padre, un maestro es una de las personas que marca la vida de una persona. La defunción de un maestro marca profundamente en tantas generaciones de estudiantes que pasaron por sus aulas. Y más de los de la antigua escuela, quienes solían permanecer casi toda de su vida en el mismo centro. Es lo que ocurrió este domingo 19, al conocerse el fallecimiento de don Eduardo Álvarez Méndez, toda su vida en el León Motta hasta su jubilación, incluso ya estaba en su primera ubicación en la calle Obispo.

A los 80 años nos dejaba, y además de pasar por el tanatorio para despedirse, en San Miguel se palpó el cariño que se le procesa por tantos años de entrega. Allí, su esposa, Ana Medina López; sus hijos: Eduardo, Ángel e Inmaculada; nietos, hermanas y demás familia, comprobaron el cariño que se le tiene.

El también maestro Gerardo García Sobrino comparte las palabras que se le dedicaron en su despedida. “Su tuviéramos que definirle con una sola palabra, sin lugar a dudas sería la bondad; aunque otros muchos talentos adornaban su persona, como la sinceridad, la entrega a los demás, la integridad, el esfuerzo, el compañerismo”.

“Eduardo era una persona buena para todos los que le rodeábamos, le conocíamos, convivíamos con él, y por ello teníamos que valorarle, apreciarle y quererle por todas las cualidades que poseía. No guardaba para sí, siempre ponía a disposición de los demás”. “Fue muy buena persona para su esposa Ana, esa fiel y entregada compañera con la que convivió durante más de 50 años, a la que adoraba, era la razón de su existencia como así lo fue hasta el final”. “Fue un buen hijo para sus padres, a los que siempre respetó y tenía en sus recuerdos, como las personas que se esforzaron por él y por sus hermanos”.

“Fue un buen hermano para Margarita y Cristina, a las que atendió y sirvió siempre, poniéndose a su disposición y facilitándoles todos los recursos que estaban a su alcance”. ¿Y qué decir de sus hijos? De Eduardo, Ángel e Inma, a los que quería con locura, esforzándose todo lo que pudo y más por ellos”.

“A lo largo de su dilatada carrera como profesor, ha dejado su impronta en varias generaciones de antequeranos que lo recuerdan con cariño y agradecimiento. Buena prueba de ello ha sido la manifestación de tantas personas que fueron alumnos suyos, que al enterarse de su fallecimiento, fueron compartiendo su pesar por los diferentes vehículos de comunicación”.

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