Continuando con el anterior artículo en el que se trataba de los brindis ocasionados por la ingesta de vino, hoy, vamos a profundizar más en la idea de que el vino estimula la imaginación e inspira la palabra, a todos, seamos o no escritores. Yo pregunto: ¿en cuántas ocasiones, después de haber ya degustado con los amigos unos tragos de buen vino, con un vaso medio lleno en una mano y la otra echada sobre el hombro de algún amigo, se nos ha ocurrido, de pronto, cantar aquello de:
El vino que tiene Asunción,
ni es blanco, ni es tinto,
ni tiene color.
Asunción, Asunción,
echa media de vino al porrón.
Y acto seguido, sin parar, ya seguidos de todo el grupo, hemos continuado con esta otra canción que conocíamos desde niños, cuando aún no sabíamos nada de beber vino y de los efectos que éste ocasionaba, pero que parecía como si la hubiésemos inventado nosotros:
Cuando yo me muera,
tengo ya dispuesto,
en mi testamento,
que me han de enterrar,
que me han de enterrar.
¿Dónde?
En una bodega,
dentro de una cuba,
con un grano de uva en el paladar,
en el paladar.
A mí me gusta el pipiripipipí,
con la bota empiná,
parapapapá.
Con el pipiripipipí,
con el paparapapapá,
al que no le guste el vino
es un animal,
es un animal.
Una vez terminada la velada, con sus copas correspondientes, echábamos a andar y cantábamos, ya con un poco de voz de tenor o de barítono, todo enganchado entre sí por los brazos en los hombros:
Los estudiantes navarros, chimpú,
jódete patrón, saca pan y vino,
chorizo y jamón,
y un porrón,
cuando van a la taberna,
me cago en la;
cuando van a la taberna, chimpú,
jódete patrón, saca pan y vino,
chorizo y jamón,
y un porrón,
lo primero que preguntan,
me cago en la,
lo primero que preguntan, chimpú,
jódete patrón, saca pan y vino,
chorizo y jamón,
y un porrón:
¿dónde duerme la criada?
me cago en la.
Y si no tiene criada, chimpú,
jódete patrón, saca pan y vino,
chorizo y jamón
y un porrón:
¿dónde coño duerme el ama?
Me cago en la.
Y si tampoco tiene ama, chimpú,
jódete patrón, saca pan y vino,
chorizo y jamón
y un porrón:
¡vaya mierda de posada!
Me cago en la.
Y es que el vino nos estimulaba y nos inspiraba a todos, al menos a recordar canciones que en ninguna otra ocasión se solían cantar.
El Diccionario de la Real Academia de la Lengua define la palabra estímulo como: “Agente físico, químico, mecánico… que desencadena una reacción funcional en un organismo”.
Hace derivar la palabra inspirador de otra palabra: inspiración. Y la define en su segunda acepción como: “Ilustración o movimiento sobrenatural que Dios comunica a la criatura”.
Ambas palabras están relacionadas con otra tercera que es creación, definida en el diccionario de la RAE, en su acepción sexta como: “Obra de ingenio, de arte o de artesanía muy laboriosa, o que revela una gran inventiva”.
En la creación estética: el artista sólo sufre una impulsión interior, una exigencia personal y se dirige a algo desconocido, incalculable, y para nada necesario.
Rigurosamente, sólo se daría la noción total de creación en la obra de Dios; porque crear significa producir totalmente algo sin más dato previo que el propio agente; sin más ayuda ni contribución que el propio Ser Creador.
En este sentido, el hombre no puede crear nada. Sin embargo no hay inconveniente en seguir admitiendo la palabra creación para algunas obras hechas o inventadas por el hombre, porque la creación es, además, la señal inequívoca de la plenitud de la vida y del espíritu y, por eso, la creación nos sitúa en un ambiente cercano a lo divino: el ambiente de la plenitud, de la perfección, del gozo, del desinterés, de la entrega. Todo eso junto es lo que ha llamado Bergson “la alegría”.
Con todo esto llegamos a una conclusión: Que la inspiración nos descubre la órbita de la trascendencia, la realidad de todo un mundo superior, de un Ser Total y Perfecto que, se acerca, todavía de otro modo, al ser pequeño, vacilante, imperfecto, y le anima a anhelar y hablar, según su pequeñez, de las cosas sublimes o como mirada sublime de las cosas pequeñas.
Por eso, los poetas, solicitan la ayuda, en forma de inspiración, cuando necesitan escribir algo. Así, el poeta Beaudelaire en su poema “A une heure du matin” implora la gracia de escribir algunos bellos versos. Y Gerardo Diego en su “Poeta sin palabras” escribe:
Voy a romper la pluma.
Ya no la necesito.
Lo que mi alma siente
yo no lo sé decir.
Persigo la palabra,
y sólo encuentro un grito
roto, inarticulado,
que nadie quiere oír.
¡Dios mío, tú el poeta!,
¿por qué no me concedes
la gracia de acertar
a decir cosas bellas?
Dame que yo consiga
–merced de las mercedes–
interpretar las flores,
traducir las estrellas.
Yo escucho sus secretos.
Yo entiendo su lenguaje.
No el ser sordo, el ser mudo,
es mi condenación.
Para mí es como
un alma dolorida el paisaje
y el mundo es un sonoro
y enfermo corazón.
Llevo dentro, muy dentro,
palabras inefables
y el ritmo en mis oídos
baila sus armonías,
mientras vagan perdidas,
ciegas e inexpresables,
yo no sé qué interiores,
soñadas melodías.
Como un niño que tiende
sus bracitos desnudos
a las cosas, y quiere hablar
y no sabe y llora…
así también ante ellas
se abren mis labios mudos
de poeta sin palabras
que el gran milagro implora.
Tú, Señor, que a los mudos
ordenabas hablar,
y ellos te obedecían.
Pues mi alma concibe
bellas frases sin forma,
házmelas tú expresar.
Ordénale ya “habla”
al poeta que en mí vive.
Aquellos escritores que tienen problemas con su trabajo, acuden al hechizo. Suelen encender una vela púrpura, limpiar la mente de toda distracción y pensamientos negativos y, entonces, recitar las siguientes invocaciones hasta que se siente la inspiración:
“¡Oh, gran Apolo! olímpico señor de la poesía y de la música, te invoco y te pido ahora que bendigas mi alma, mi corazón y mi mente con tu divina inspiración. Deja que tu poderosa musa me guíe en todo lo que haga. Que así sea”.
“¡Oh, gran Dios Woeden! Maestro de la actividad psíquica de inspiración y Dios del arte skald, te invoco y te pido ahora que bendigas mi alma, mi corazón y mi mente con tu divina inspiración. Deja que tu poderosa musa me guíe en todo lo que haga. Que así sea”.
“¡Dulce señora Brigit! Antigua diosa del fuego y patrona de todos los poetas, te invoco y te pido ahora que bendigas mi alma, mi corazón y mi mente con tu divina inspiración. Deja que tu poderosa musa me guíe en todo lo que haga. Que así sea”.
“¡Oh, gran señor Bragi! barbado Dios de la poesía y el canto, te invoco y te pido ahora que bendigas mi alma, mi corazón y mi mente con tu divina inspiración. Deja que tu poderosa musa me guíe en todo lo que haga. Que así sea”.
Otras musas son: Caliope de la poesía épica o heroica; Clío, para los versos históricos; Erato para los poemas de amor, himnos y poesía lírica; Euterpe para la tragedia, poesía lírica y música; Melpómene para la tragedia; Euterpe para la tragedia, poesía lírica y música; Polimnia para los himnos, cánticos y prosa; Trepsícore para la danza y canto; Talía para la comedia y poesía pastoral y Urania para la poesía cosmológica.
Como nota importante, se recomienda hacer estos hechizos los miércoles, que es el día más propicio para los hechizos, y, por supuesto, agradecer a los dioses sus preciosos regalos.
Pero la mayoría de los seres humanos, que desconocemos en su mayoría, si no a todos, estos dioses y estas prácticas rituales, acudimos para nuestra inspiración a la bebida, al vino y entonces nos salta la chispa, la sal, la agudeza, la ocurrencia, el chiste, la jocosidad, etc. que nos hace estimular el ingenio y la inspiración en forma de palabras que sin la ayuda de la bebida no seríamos capaces de crearlas en otras ocasiones.
Así nos encontramos con unas afirmaciones en forma de poesía que nos recuerdan el ESTIMULO INCITANTE DEL INGENIO por parte del vino:
“Vino que del cielo vino
y con tanto primor
que al hombre que no sabe letras
le hace predicador”.
De esta manera hablaba Quevedo en sus obras humorísticas, que solía agudizar su ingenio después de pasar por la taberna. De ahí que tratara de malhechores a los taberneros desaprensivos que bautizaban el vino. Hecho que tampoco aprobaba Lope de Vega:
“Si bebo el vino aguado,
berros me nacerán en el costado”.
Y es que la historia de nuestra literatura se ha forjado con el impulso coactivo del vino. Gonzalo de Berceo, el Arcipreste de Hita, Fernando de Rojas, Cervantes… hasta la Generación de los cincuenta del siglo XX, llamada también etílica, con Gil de Biedma, Barral, Ángel González, Caballero Bonal, José Agustín Goytisolo, y un largo etcétera.
Además en las tabernas y cafés se han escrito poemas, novelas, manifiestos, libelos…de gran valor literario.
Tampoco los pintores los cineastas, los científicos, los ensayistas, los crítico, teólogos y tantos otros que pertenecen a alguna rama del saber, han renunciado a sus efectos, como Picasso, Marañón, Buñuel, Ramón y Cajal, y un largo etcétera.
De que es un coadyuvante del ingenio y de sus efectos, no se libran ni siquiera los santos, como santa Teresa y san Juan de la Cruz:
“Con los tragos del que suelo
llamar yo néctar divino;
al que otros llaman vino,
porque nos vino del cielo”.
Y es que el hombre, acompañado de una copa de vino y de una pluma, que era su fuente inspiradora, dejó que sus sentimientos quedaran impresos en papel para que el resto de la humanidad supiera de ese amor y descubriera a través de sus versos que al vino no sólo hay que beberlo, al vino hay que amarlo, como a un amigo, como a un hijo, como a un hermano, como a un amante…