Desde que en el año 1713 se funda, por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco, octavo marqués de Villena y duque de las Escalonias, la Real Academia Española de la Lengua (RAE), son muchas las ediciones que de su Gramática y de su Diccionario se han publicado, con más o menos periodicidad, además de algunos libros de Ortografía y de otras materias.
No se puede olvidar que su lema fundacional, que aún sigue vigente, cumple con el propósito de “Fijar las voces y vocablos de la lengua castellana en su mayor propiedad, elegancia y pureza” y que esta finalidad se presentó con un emblema formado por un crisol puesto al fuego, con la leyenda de “Limpia, fija y da esplendor”.
Ha habido períodos críticos en los que la RAE ha tardado en publicar su Gramática y ha creado cierto desconcierto entre los hablantes de nuestra lengua, principalmente entre los profesores que nos hemos dedicado a enseñar el uso correcto de la misma.
Recuerdo tiempos de incertidumbre, allá por los años sesenta y setenta del pasado siglo, cuando las distintas corrientes lingüísticas enfocaban el estudio de la Gramática desde diversos puntos de vista y se publicaban las llamadas gramáticas: Prescriptiva o normativa, descriptiva, tradicional, estructural, funcional, formal, generativa, computacional… que llevaban consigo unas nomenclaturas nuevas que causaban no pocos problemas a los profesores de Bachillerato que recibían alumnos de diversos centros y cuyos profesores enseñaban la Gramática desde criterios distintos.
Hasta una editorial, Magisterio, tuvo que editar un libro “Glosario de la terminología gramatical” para intentar aclarar el caos entre el profesorado. Pondré sólo algunos ejemplos: En clase nos encontrábamos alumnos que llamaban al tradicional complemento directo, objeto directo o implemento; al complemento indirecto, objeto indirecto; al complemento circunstancial, adimento y a la raíz, lexema, monema o morfema lexical. Además en cada colegio les enseñaban a analizar las oraciones de manera distinta.
Tengo en mi biblioteca un ejemplar de “Gramática moderna del español” de M. J. Sánchez Márquez, que recoge y pone un ejemplo de oración: “El niño de la esquina tiene dos perros” y lo analiza de hasta veinte maneras distintas que van desde modelos de cajas chinas, en forma de árbol, transformacional, de representación aritmética, de representación algebraica, modelo generativo, o análisis por niveles, amén de modelos defendidos por lingüistas como Pike, Pottier, Francis, Hall… y todos ellos ajenos al denominado análisis tradicional. Todo un caos en clase que nos llevaba tiempo para unificar criterios.
Ansiábamos la publicación de otra edición de la Gramática de la RAE que no se publicaba, creo recordar, desde 1931 y, por fin, se publicó en el año 1973 el “Esbozo de una Nueva Gramática de la Lengua Española”, pero no sólo no nos resolvió las dudas, sino que nos dejó peor que estábamos, ya que, con tantas corrientes lingüísticas del momento, la RAE quiso contentar a sus seguidores y a nadie satisfizo. Al profesorado, que lo necesitaba de verdad, menos aún.
Todo este largo preámbulo, viene a cuento ya que hoy, tras la publicación del “Manual” –un tocho de 992 páginas– de la “Nueva gramática de la lengua española”, editado por la RAE, conjuntamente con ASALE (Asociación de Academias de la Lengua Española) seguimos con los mismos problemas, agravados aún más, si cabe, porque se trata de la primera gramática panhispánica y que ha pretendido unificar criterios y contentar a todas las Academias, cosa que, a mi modesto entender, no lo ha conseguido.
Una de las normas, más bien recomendaciones ya que la gramática de hoy no es normativa, sino descriptiva, que está causando cierta inquietud es la de que a los, tradicionalmente, llamados pronombres demostrativos no hay que ponerles tilde, es decir, acento ortográfico. Quiero dejar claro esto porque no es correcto decir “no poner acento” ya que todas las palabras tienen acento prosódico, es decir, una mayor intensidad de voz con la que se pronuncia una sílaba en cada palabra, pero no todas llevan acento ortográfico.
En ediciones de gramáticas anteriores se nos aconsejaba ponerle tilde para diferenciarlos de los adjetivos demostrativos. Frases como: “Este niño es el dueño de este juguete”; “éste es el que te dije”; “aquél tiene un coche” o “aquel coche es mío”. Suprimir las tildes parece que no ha agradado a nadie, aunque a todo se acostumbra uno con el tiempo. Aún recuerdo cuando yo estudiaba bachillerato que se nos exigía poner tilde a casi todos los monosílabos, por lo que acabo de decir, tenían una sólo sílaba y de ahí que había que colocarles su tilde correspondiente, y, de pronto, se nos dijo que ya no era obligatoria la tilde. Nos costó tiempo, esfuerzo y bajas calificaciones en la asignatura, pero terminamos por aprenderlo bien.
En realidad tampoco era necesario colocar la tilde a los pronombres demostrativos porque ya se diferenciaban claramente los pronombres de los adjetivos: Unos, los pronombres, tenían significado ocasional mediatizado por el contexto, y los otros, los adjetivos, siempre acompañaban a un sustantivo del que eran su determinante. Por lo tanto la explicación que se daba, además de ser innecesaria, parecía considerarnos un poco ignorantes a los usuarios de nuestra lengua, ya que la distinción saltaba a la vista.
Con el tiempo, nos acostumbraremos a escribirlo así, aunque, en principio, nos cueste algo, sobre todo en la lectura. Quiero recordar que todo un gran profesor universitario, con el que tuve el honor de compartir muchas conversaciones y amistad, como fue Francisco López Estrada, ya defendía esta medida y en sus libros nunca ponía tilde a los pronombres demostrativos. Hoy la RAE le da la razón.
Lo mismo ha ocurrido con la llamada “tilde diacrítica” que había obligación de colocarla, siempre en los monosílabos para diferenciar la categoría gramatical a la que pertenecían: Sé (verbo, se (pronombre); aún (adverbio, que equivale a “todavía”), aun (conjunción concesiva que equivale a “aunque”); mí (pronombre posesivo), mi (adjetivo posesivo); sí (adverbio de afirmación), si (nexo condicional)… pero, volviendo a lo mismo, el contexto, que debe ser fundamental no sólo para leer, sino para comprender mejor el texto, semánticamente, nos tiene que resolver la duda.
Caso muy especial lo constituyen el pronombre “que” y el adverbio “como”. Cada día, afortunadamente, hay más políglotos, o sea, personas que hablan y escriben más de un idioma y, por desgracia en este caso, confunden estructuras gramaticales de las lenguas que conocen. Por ejemplo: Sabedores de que en inglés o en francés, los dos idiomas más solicitados y conocidos, aparte del nuestro, se dan unas construcciones gramaticales que indican el comienzo de una exclamación o de una interrogación y, por lo tanto, no hace falta colocar ningún signo inicial, suelen hacer lo mismo en nuestro idioma. Hacen muy mal.
En nuestro idioma tenemos que colocar, obligatoriamente, los signos de exclamación y de interrogación, tanto al principio como al final. De lo contrario, dada la infinidad de posibles construcciones exclamativas e interrogativas que podemos usar, sería, poco más o menos, imposible entenderlo bien. Si colocamos signos ortográficos al principio y final de estas frases: ¿Que piensas? ¿Cómo has dormido? No haría falta colocar las tildes. Con los signos sería suficiente para darle la entonación adecuada Pero como cada día se suelen poner menos los signos ortográficos iniciales, es muy confuso –qué pena la de veces que se suele mal oír en las televisiones (pongo un ejemplo adecuado)– y hasta suena mal oírlo.
Veo el tiempo en la Uno y me da una vergüenza oír tantas y repetidas veces frases como ésta –le pongo tilde al estilo viejo, pero podría escribirlo sin tilde, para que entendáis este artículo bien–: “Vemos, en la imagen, como ha llovido hoy en Mallorca”. Así el “como” es un adverbio modal y suena muy mal. Si le colocamos tilde, sería una oración interrogativa indirecta y se entendería mejor y sin posibles errores de interpretación: “vemos, en la imagen, cómo ha llovido hoy en Mallorca”. Aunque lo ideal sería poner la oración interrogativa directa: ¿Vemos como (cómo) ha llovido en Mallorca? Con o sin tilde, se entona igual y se entiende lo mismo.
Por eso, la “Nueva gramática de le lengua española” deja libertad para que cada uno, dependiendo del contexto y de la situación, coloque o no tilde en los casos que he puesto. Con todo, no podemos olvidar que una cuestión es la lengua hablada, a la que enriquecen mucho los elementos externos, como ya expuse en uno de mis artículos, de la lengua escrita que requiere de otro tratamiento especial.
Seguiremos, en artículos próximos, aclarando cuestiones que han planteado dudas en esta gramática.