sábado 18 mayo 2024
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Domingo XXVI del Tiempo Ordinario: Sí a la invitación de la viña

En el evangelio de este domingo, Jesús expone a las personalidades de su pueblo, a los sumos sacerdotes y a los ancianos, otra parábola en la que se menciona, de nuevo, el trabajo en las viñas en el campo, precisamente en esta época de vendimia que vivimos a comienzos del otoño. Un propietario pide a sus dos hijos que vayan a trabajar a la viña. El padre es el mismo y el trabajo es idéntico, pero la respuesta de los hijos es muy distinta.

Hablando del texto, el papa Francisco afirmaba que el primer hijo es un perezoso y el segundo es un hipócrita. Unos “prendas”, vaya.  Además, es posible que la Iglesia al principio viera así a las personas que venían de las dos grandes culturas que la rodeaban: el primero era la imagen del mundo pagano, de los gentiles que parecen rechazar la Buena Noticia, pero que al final, tras muchas dudas, la aceptan.

En cambio, la actitud del segundo hijo le recordaba mucho más, al pueblo judío donde la propia Iglesia había nacido. Estos judíos parecían escuchar la Ley de Dios, pero que, desde luego, no la cumplía o su cumplimiento era con los labios pero no en el corazón. 

Sin embargo, aquellas dos conductas no sólo tenían lugar fuera de la comunidad, sino también de “puertas a dentro”: algunos hermanos parecían bruscos, poco devotos, pero a pesar de sus formas, trabajaban de verdad para extender la Buena Noticia. En cambio, otros, que parecían muy obedientes, casi seres celestiales, pero que a la hora de la verdad no colaboraban para nada, en la misión, escurrían el “bulto”. 

Además con las consecuencias que eso tiene en la vida de la Iglesia y de los que formamos parte de ella. Por eso cuando dice Jesús en el texto de hoy, que en el Reino las cosas son de otra manera, que los últimos serán primeros y los primeros últimos, nos muestra como le gusta a Dios hacer las cosas.

Porque Él es capaz de ver en la profundidad del corazón. Y máxime cuando en este evangelio nos habla de algo tan importante como es la Palabra de Dios y del principal de sus frutos, el Reino.No es una anécdota en nuestra vida de fe. Se trata de ir o no a trabajar a la “viña del Señor”. Esa decisión es la que va a dar seriedad a nuestro compromiso y a nuestra vida de fe. Hacerlo de otro modo es encarnar en nosotros ese viejo refrán de “mucho te quiero perrito, pero pan poquito”.

Y ante algo tan importante y decisivo deberíamos tratar de preguntarnos cuál es nuestra respuesta ante la pregunta del Dueño de la viña, del propio Señor. Igual estamos cansados. O hemos perdido parte de la ilusión primera a causa de los sinsabores del camino. Es algo humano. 

Pero si sabemos de “quien nos hemos fiado”, nuestra respuesta debe ser siempre la del primer trabajador. A un “no” de boquilla le sigue un “si” con los hechos, con nuestra vida. Porque como hermosamente nos ha recordado san Pablo en la segunda lectura, estamos llamados a “tener entre nosotros los mismos sentimientos de Cristo”, el Dios hecho hombre para hacernos partícipes de su nueva vida de plenitud. Aunque para ello se rebajó hasta el último escalón de la humanidad, dar su vida por todos.

Eso explica lo que ocurrió después, cuando el buen Padre Dios lo hizo Señor de todo el universo, lo hizo desde ahí. Lo llevó a lo más alto para que la humanidad tuviera parte en la maravillosa obra de la Redención. Ese es el fundamento de nuestra esperanza, el motivo por el que a pesar de nuestras resistencias debemos de dar un rotundo “sí” a la invitación del amo de la viña.

 
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