martes 12 noviembre 2024
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La sierra de Madrid

Siempre me atrajo la Sierra de Madrid. Primero como lugar de esparcimiento de la “gente bien”. No cualquiera podía presumir de tener una casa en “la Sierra”. La Sierra, nos sonaba como algo muy elegante a los provincianos, que por distintos motivos habíamos encontrado en Madrid nuestro lugar de acogida: en Madrid todos nos sentíamos bien recibidos y acogidos. Madrid era de todos, no sólo de los madrileños. Pero la Sierra de entonces era ya algo distinto. Recuerdo muy jovencito, allá por el año 1958, cuando supe del fallecimiento del gran director musical Ataúlfo Argenta. Me impresionó que Argenta falleció en el garaje de su casa de Los Molinos, en la Sierra de Madrid. Allí trataba de calentarse en su coche, sin prestar atención al monóxido de carbono que salía por el tubo de escape. El gran Ataúlfo, de 44 años, había sufrido en su juventud una tuberculosis.

Algo que me impresionaba siempre que subía al Puerto de los Leones, era el sanatorio antituberculoso de la Sierra de Madrid. Con algunos lugares de esta Sierra me fui familiarizando, y a ellos acudía los fines de semana con mis dos amigos vascos Fernando e Iñaki, ambos enamorados de muchos rincones de la Sierra de Madrid, en los que solíamos devorar las viandas que llevábamos preparadas para aquel día. No teníamos aún casa donde ir. Pero esas pequeñas excursiones sirvieron para introducir a mis amigos vascos los dos platos antequeranos que yo llevaba preparados en cada excursión: la porra y el pío.
Pasaron los años y Fernando –gran vasco– acabó comprando una gran casa en uno de los lugares nobles de la Sierra de Madrid, en el pueblo de Navacerrada. Y en esa casa de Navacerrada nos refugiábamos emocionados sabiendo que estábamos en uno de los lugares más emblemáticos de la Sierra. ¡Ah, Navacerrada!

Siguieron pasando los años y aquellas grandes casas quedaron poco a poco en minoría, ante la proliferación chalets adosados, construidos en las faldas de la Sierra de Madrid; los nombres de sus pueblos se hicieron famosos y los de pueblo -como yo- nos acercamos ya a la Sierra de Madrid, sin miedo: Alpedrete, Becerril de la Sierra, Collado Mediano, Moralzarzal, Mataelpino, además de los cásicos, Guadarrama, Los Molinos, Navacerrada, etc.También compartí con mi amigo César, gran navarro de Castejón, más de un día en su chalet adosado de otra zona de Navacerrada.

Mis recuerdos más recientes se han enraizado al pie de la Maliciosa, en una casa señorial, propiedad de mi hijo Juan. Aquel silencioso lugar me ha ayudado a pensar, a escribir, a descubrir nuevos rincones y a tener nuevas ilusiones. Varios de mis libros los he escrito allí; en una de sus terrazas recibí en el verano del 2020 una llamada de Bartolomé Ruiz, director entonces de nuestra Academia antequerana, preguntando mi opinión sobre la propuesta que pensaba hacer al Instituto de las Academias de Andalucía para la concesión de la medalla del Instituto. Aunque mi respuesta a aquella propuesta fue la correcta, me quedé sin habla. El candidato a esa medalla era yo…

Un día me aventuré a subir en coche al Puerto de Navacerrada para después bajar hacia el monasterio de “El Paular”, por una carretera sinuosa, desde la derecha del Puerto. Hasta entonces había encontrado yo sosiego al pie de la Maliciosa, pico muy cercano a Navacerrada y no lejano a la Sierra de la Pedriza, para empezar a escribir un nuevo libro sobre San Antonio; ya en la visita a las dependencias del monasterio,en un recinto se podía contemplar una estatua completa de San Antonio de Padua, sin libro y sin niño Jesús encima del libro. Le hice tal observación al sacerdote que dirigía la visita, quien me respondió de muy mal grado…

Volví pensativo a mi rincón de La Maliciosa, continué extasiado mirando el perfil de la Sierra de Madrid, y pensé en los lugares descubiertos junto a mis amigos vascos, tantos años atrás…

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