sábado 18 mayo 2024
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Reflexión del domingo 30 septiembre de 2018. XXVI tiempo ordinario (Ciclo B)

· Primera lectura: 

Números 11, 25-29.

· Salmo responsorial: Salmos,  18. “Los

mandatos del Señor son

rectos y alegran el corazón”.

· Segunda lectura: 

Santiago 5, 1-6.

· Evangelio: Marcos 9, 38-

43. 45. 47-48.

 

Normalmente, cuando nos cercamos al Evangelio nos encontramos a Jesús acompañado por sus discípulos en su itinerario por lo que hoy llamamos Tierra Santa, realizando su misión: la de hacer presente el Reino de Dios, con sus palabras y con sus acciones salvadoras, eso que llamamos milagros.Pero en ocasiones, como ocurre  este domingo, el tono del mensaje es muy distinto. En muchas ocasiones, los discípulos no están a la altura del maestro.

 

De ahí su pregunta: ¿qué hacemos con esos que hacen el bien en tu nombre? Nosotros se lo hemos querido impedir, porque no son de los «nuestros».Casi se escandaliza Jesús, porque al «campo» de la salvación no se le pueden poner «puertas» que lo limiten. Como tampoco se puede limitar el amor de Dios. Porque Dios quiere estar presente en el corazón y en la vida de todas las personas a través de su amor. Jesús anuncia el nacimiento del Reino de Dios, basado en la justicia y la paz. Ojalá todo el mundo lo hiciera, bien desde la fe o desde cualquier otra posición humana, desde la ética de ser persona. Por eso, ésta ha sido una de las insistencias más frecuentes del Papa Francisco. Para él, es una necesidad urgente el que en nuestra iglesia cambiemos nuestra mentalidad. 

 

Ya ha pasado la época de  la pastoral de mantenimiento, donde lo importante era conservar lo que se tenía, de estar sentados en la «mesa camilla» del «siempre se ha hecho así», para recuperar el «amor primero» el espíritu misionero, el que haga posible llevar a todos nuestros hermanos nuestro mayor tesoro, el mismo Señor Jesús. Pues ahí tenemos una de las «piedras de toque» de nuestra vida de fe: nos creemos que la salvación es para todos. O damos cabida a la comodidad o al egoísmo, para dejar de poner nuestros mejores esfuerzos en esa evangelización.Porque además, como nos dice el Maestro, no tenemos la exclusiva, como se ha defendido durante siglos. Muchas de las cosas que pide Jesús en el evangelio es compartido por la mayoría de «las personas de buena voluntad».

 

Porque de alguna manera nacen del ser persona y de querer el bien para todos, uno de los frutos del amor de Dios.Aunque eso no quiere decir que renunciamos a nuestro ser, o a vivir con radicalidad la fe. Porque, si la Iglesia lo hiciera, rompería con su fidelidad a Dios, con su misión. Lo que la Iglesia y los cristianos puede seguir ofreciendo al mundo, es su amor a Cristo y su voluntad de hacer vida una vida de seguimiento al Maestro, de compartir con todos ese amor que nos viene desde la gracia de Dios.Aunque para ello también debamos crecer en otra de las grandes dificultades que vivimos.

 

O hablando de la Iglesia, uno de sus grandes pecados: la ruptura de la comunión. Vivimos en una época donde de nuevo nos hemos convertido, cada uno, en la medida de todas las cosas, somos nosotros quienes decidimos que está bien y que no.Y por desgracia eso es un «escándalo», usando el duro término de Jesús en el evangelio. Nos jugamos esa comunión. O dicho con otras palabras, creernos de verdad que Jesús viene a salvarnos a todos, aunque desde su libertad, muchos se «atrevan» a rechazarlo. Expresamente. O en la mayoría de los casos, viviendo su vida, como si «Dios no existiera».

 

Jesús entrega su vida en la muerte redentora de la cruz para que de ese árbol seco broten la vida y la misericordia. A hacer que todos lo conozcan y lo vivan deberíamos consagrar la vida de la comunidad de creyentes, de la Iglesia y de todos los que tenemos la suerte de formar parte de ella. ¿Estamos dispuestos a ello? Con ese deseo en el corazón y con mi bendición más afectuosa, feliz y santo día del Señor.

 

Padre Juan Manuel Ortiz Palomo

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