sábado 27 abril 2024
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Domingo 27 de agosto: XXII del Tiempo Ordinario, Ciclo C

· Primera lectura: Eclesiástico 3, 17-18. 28-29.
· Salmo responsorial: Salmos 67. “Preparaste, oh Dios, Casa para los pobres”.
· Segunda lectura: Hebreos 12, 18-19. 22-24a.
· Evangelio: Lucas 14. 1.7-14.

Cuando uno tiene la oportunidad de peregrinar a Tierra Santa, siguiendo los pasos del maestro, uno de los lugares a los que necesariamente uno debe ir es a la Basílica de la Natividad en Belén. Esta basílica, una de las más antiguas de aquella región tiene una particularidad cuando uno quiere acceder a su interior: es necesario, si uno quiere llegar hasta la gruta donde nació Cristo, debe agacharse para poder atravesar el umbral de la pequeña puerta que la custodia, denominada precisamente como “la puerta de la humildad”, pidiendo esta actitud para contemplar un lugar tan especial para nuestra fe. 
 
Algo parecido nos ocurre al leer el Evangelio de este domingo, que nos hace caer en la cuenta de que a Dios se le gana y se llega mejor a través de esa actitud, una de la más sublimes y más escasas en la vida del ser humano. Me refiero, como acabo de indicar, a la humildad.
 
Que la lógica de Dios no es la lógica del mundo ni de la mayoría de nosotros, de las personas que formamos parte de la humanidad, es algo que se hace evidente cuando uno lee o escucha algo de la palabra de Dios y lo compara con todo lo que cada día vemos o escuchamos a nuestro alrededor.
 
Los modelos que se nos presentan nada tienen que ver con la humildad o con la sencillez de vida. Más bien nos insisten en lo contrario, en que solo merece la pena ser joven y guapo, en que el dinero y el poder son lo único rentables porque siempre tienen la última palabra.
 
Por eso puede resultar raro escuchar a Jesús hablar de humildad o que lo que importa no es que los demás nos reconozcan nuestros méritos sino el saber vivir desde la humildad. Algo que no es fácil, pues a todos nos gustan las vanaglorias, las “palmaditas” en la espalda. Y, ¿por qué esta insistencia del Maestro?
 
Por una razón muy sencilla ¿qué es lo que da valor a nuestra vida? ¿Lo que tenemos o lo que somos? Con nuestra vida pensamos en lo primero. Y sin embargo toda la vida de Jesús (y también su Muerte y Resurrección), nos dice otra cosa. Eso llamaba la atención (lo espiaban los fariseos, dice el evangelio de hoy). Porque lo normal es lo contrario: alabar a los poderosos, decir lo bien y lo importantes que son, olvidándonos de que lo importante es sentirnos necesitados de Dios, criaturas que sólo sintiéndose hermanos de los demás podemos crecer como personas y como cristianos.
 
Eso mismo es lo que nos sorprende y lo que parece poner en tela de juicio nuestros pensamientos al respecto. A ninguno “nos sale” el hacer vida la invitación del final del Evangelio, esa de sentar en nuestra mesa a los últimos, a los que nunca nos van a poder agradecer lo que hacemos por ellos. 
 
Mucha fe en Dios le hizo falta a los grandes santos de nuestra iglesia para hacerlo vida, para consagrar su vida a los últimos y necesitados. Ahora que llega la canonización de madre Teresa de Calcuta, sirva su ejemplo para recordarnos la verdad que encierra este evangelio. Ella descubrió el rostro del mismo Jesucristo en los más pobres, y a eso consagró su vida y la vida de todas sus religiosas.
 
El testimonio creíble de la Iglesia hoy, su predicación de la verdad depende en gran medida del testimonio humilde y callado de muchas mujeres y muchos hombres, que desde su amor al Señor quieren seguir curando sus heridas o rescatándolos de la pobreza de la ignorancia, a través de la educación. 
 
Ojalá que sigan siendo muchos los últimos que salen de ese “vagón de cola” para sentarse en la mesa del Señor que hoy nos dice el evangelio dominical. ¡Feliz domingo. Qué Dios os bendiga! 
 
Padre Juan Manuel Ortiz Palomo 
 
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