Mensaje de las lecturas
· Primera Lectura: Daniel 7, 13-14.
· Salmo Responsorial: Salmos, 92. El Señor reina, vestido de majestad.
· Segunda lectura: Apocalipsis 1, 5-8.
· Evangelio: Juan 18, 33b-38.
Su fama le llegó por lo que hacía, por como hablaba de Dios su Padre
Hoy llegamos al final del Año litúrgico. Tras todo un año alimentando nuestra fe cada domingo, cada semana, y antes de adentrarnos en el tiempo de Adviento, del tiempo de preparación para la venida del Señor, nos ofrece la Iglesia este brillante broche final a la celebración de todo el año: hoy celebramos la Solemnidad de Jesucristo, rey del Universo.
Una celebración que mira al pasado, como veremos en el Evangelio, al mostrar el peculiar anuncio que Jesús hace de su ser rey durante el juicio ante Pilato, en su pasión. Pero que sobre todo, se abre con esperanza al futuro, al final de los tiempos, donde esa promesa se hará realidad en el Señor, que se convertirá en ese juez de vivos y muertos que confesamos al rezar el credo.
Pero como tantas cosas que hace Jesucristo, también en esto, su reinado es peculiar. Al hablar de un rey siempre pensamos en alguien poderoso, que por su nacimiento, por su familia y por la historia ha sido investido con un poder, el de gobernar a un pueblo, el ser el referente de alguna nación. Por lo menos antes era así, hoy podríamos poner algunos matices más. Pero no es este el lugar.
Esto no ocurre con el Señor Jesús. Ni por nacimiento ni por familia era alguien importante, al menos a los ojos del mundo. Su fama le llegó por lo que hacía, por como hablaba de Dios su Padre. Y por cómo fue presentando todo lo que éste quería hacer con la Humanidad, esa realidad que formamos todos sus hijos bien amados.
Pero esto no es fácil de entender. Ni siquiera sus discípulos supieron entenderlo bien. Así lo veíamos hace unos domingos, cuando los Zebedeos le pidieron al Señor un «cargo» en ese Reino que estaba por venir.
Pero este Reino es distinto. No «es de este mundo»” dirá Jesús ante Pilato durante su injusto juicio, ese que le llevará a morir en la cruz. Es un Reino basado en la justicia, en el amor, en la verdad. Y no como el que defendía el gobernador romano, cuyo mérito recaía en pacificar a todos los pueblos bajo el poder del potente ejército romano. Y una paz impuesta con la fuerza es todo (injusticas, fuente de conflictos…), todo menos paz.
De ahí el final del pasaje: «Soy rey…y he venido al mundo para ser testigo de la verdad». Es en este mundo donde quiere ejercer su realeza, como «testigo de esa verdad», introduciendo el amor y la justicia de Dios por la puerta de la historia humana.
Por eso su reinado va unido a su misterio pascual. El trono donde Jesucristo reina sobre el mundo, es el trono de la cruz. Desde ahí ofrece su mayor lección, la de entregar su vida por la causa de la verdad.
Porque, en el fondo, esa verdad tiene un nombre propio para los cristianos: es el propio Jesucristo, el que es camino, verdad vida. Nuestra fe no es una ideología, un mero pensamiento, sino que es Él, el Hijo de Dios hecho hombre. Esa es su verdadera fuerza, eso es lo que explica que millones de personas que hayan consagrado su vida y sus mejores esfuerzos a esa causa, a la de hacer presente entre nosotros su Reino.
Dios se vino a vivir con nosotros, tomó cuerpo en seno de María, para que de su mano podamos alcanzar la plenitud de la vida y de la felicidad, para que podamos formar parte de la familia de la Verdad. Dejémonos guiar por Él. Pongamos nuestras vidas en Sus manos, en Su juicio de amor. Con esa esperanza lo celebramos en este día, cantamos su gloria. Que Él nos bendiga a todos. Feliz y santo domingo para todos.
padre Juan Manuel Ortiz Palomo