viernes 22 noviembre 2024
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Un héroe perseguido

David mató a Goliat. Gracias a su victoria, el rey Saúl puso hombres bajo su mando y le encargó varias campañas guerreras; todas las realizó con éxito el joven hebreo, ganándose el afecto de su pueblo. También se ganó el corazón de Jonatán, un hijo de Saúl; y este le entregó a su hija Mikal para que se casase con ella, llegando David a ser yerno del rey. 

Como nuestro héroe vencía una y otra vez a los filisteos, Saúl sentía cada vez más envidia de él. Varias veces intentó matarlo, pero el joven consiguió salvar la vida gracias al aviso y la ayuda de Jonatán y de su mujer Mikal.

David se vio obligado a huir, solo, a tierra habitada por cananeos. Allí llevó una vida errante. Habitó en cavernas. Un grupo de hombres se unió a él, llegando a ser jefe de una banda de guerrilleros. Acudió a un sacerdote de Yaveh, Ajimélek, quien le dio víveres y la propia espada de Goliat. Enterado Saúl, mandó matar a Ajimélek y a toda su casa por haber ayudado a David.Abiatar, hijo de Ajimélek, sobrevivió a la matanza. Se unió a David y fue su sacerdote hasta que murió y le sucedió en el trono Salomón.

Cuando David vivía en cavernas y en el desierto, Saúl lo persiguió para matarlo. Estuvo a punto de atraparlo, pero los filisteos invadieron la tierra hebrea. Dejó de perseguirlo para luchar contra los invasores. Resuelto el problema, el rey, con sus hombres, volvió a buscar a David para darle muerte. Cuando los dos grupos estaban cerca el uno del otro, ocurrió un suceso, cuando menos, curioso. Saúl entró en una cueva a hacer sus necesidades. En el fondo de la gran caverna se hallaban escondidos David y sus hombres. David tuvo, entonces, a su merced al rey: pudo matarlo con facilidad. Además, sus hombres lo animaron a ello. Pero él se negó a hacer daño a su rey, el ungido de Dios. Se limitó a cortar, sin que Saúl lo advierta, la punta de su manto. 

Cuando Saúl abandonó la cueva y prosiguió la marcha, salió David de la misma, llamó a su rey y se postró ante él. Preguntó a Saúl que por qué escuchaba a los que le decían que él, David, buscaba el mal de su rey; que había podido matarlo, pero que se había abstenido de hacerle daño porque él era el rey, el ungido de Yaveh. Le mostró a Saúl, entonces, el trozo de manto que le cortó para probarle que había estado muy próximo a él y que lo había tenido a su merced. 

Entonces, Saúl lloró: reconoció que era más justo su siervo David que él, pues el primero le hacía el bien mientras que él le devolvía males, y que ese día David había sido muy bondadoso con él por no matarlo. También Saúl admitió públicamente que David reinaría sobre Israel y que el reino se fortalecería con su reinado. Saúl hizo jurar a David que no borraría su nombre ni exterminaría a su descendencia y, acto seguido, se despidieron.

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