viernes 29 marzo 2024
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Cuando la fe se ve con los ojos del corazón: emotiva oración de Saray Ruiz a su Virgen del Socorro

Acostumbrados a pedir, a mirar al público en actos cofrades, a ponerse todas las galas para decir que eres cofrade… va una joven, Saray Ruiz, y en una recoleta, directa y emotiva oración, hacer sentir lo que es ver con el corazón de la fe ante su Virgen del Socorro. Apunten esta fecha, este acto y esta joven. No se olvidará su lección de fe.

Como cada 14 de agosto, a las 12 de la noche, la Cofradía elige a una persona para que rece a la Virgen del Socorro en el inicio de su festividad. Este año se lo encargaron a la joven Saray Ruiz Tortosa, devota por su familia, devota por su fe, penitente de la Virgen que cada Viernes Santo pasa desapercibida su visión de fe, sus oraciones, sus agradecimientos.

No hubo nadie que aguantara la emoción cuando va y le dice a su Virgen: «Préstame, Madre, tus ojos, para con ellos mirar, porque si por ellos miro, nunca volveré a pecar». Saray es invidente, no puede ver, está cegada de amor a su Virgen como demostró en su oración que será recordada por mostrar lo fácil que es ver la fe, aunque muchas veces nos empeñamos en adornar mucho ese sentimiento que sale del corazón y a donde debe de llegar.  

Saray, tras recorrer la historia de la Cofradía, compartió que su devoción «es gracias a que primero fue mi abuelo paterno y después mi padre los que me llevaron desde pequeña los Viernes Santos por la mañana, a amarrar en el trono y a visitar a la Virgen. Luego por la tarde, los acompañábamos hasta que la encerraban».

“Así empecé a sentir su calor. Hoy estoy aquí para contaros mis sentimientos hacia la Virgen y hacia esta cofradía. Con la que espero que disfrutéis, ya que lo hago con todo mi cariño y de corazón».

Compartió que «una tarde, yo salía del Conservatorio y me monté con mi madre en el coche, me dijo que íbamos a ir a un sitio, y de repente  me encontré a la Virgen frente a mí y su camarera, que se disponía a vestirla. No puedo describiros con palabras lo que sentí  en ese momento, solo fue emoción, pero una emoción indescriptible, me dio fuerzas para mis estudios, y para todos mis proyectos de vida».

Dio una lección de lo que siente en la procesión: «He podido acompañar a la Virgen de penitente, gracias a mi compañera Inma, a la que saludo si está aquí entre los asistentes y le doy las gracias, como siempre he hecho. También como no podía ser de otra forma, aprovecho para darles las gracias a las personas que hicieron posible mi experiencia tan mágica con la Virgen». 

A la Virgen le pidió por su «familia, que tanto me apoya, en los momentos buenos como en los malos, que me ayudan a salir adelante y a ser fuerte, enseñándome que en la vida hay que superar los obstáculos. Así que, salud y todo lo mejor para todos».

Por quienes lo necesiten, «por todos los enfermos, tanto de esta cofradía como de todo el mundo, para que la Virgen del Socorro les ayude a superar sus enfermedades y se sientan con el calor, el cariño y apoyo de todas sus familias».

Si ya había conquistado el corazón de los presentes, va y termina regalando sus dones: «Os voy a ofrecer  mi música, que creo que es con lo que mejor puedo expresar mis sentimientos. Os la dedico a todos los presentes y espero que lo disfrutéis tanto como yo  y que os guste. Buenas noches otra vez, y gracias por escucharme y prestarme vuestra atención».

Así, le pidió prestado a la Socorrilla: «Préstame, Madre, tus ojos, para con ellos mirar, porque si por ellos miro, nunca volveré a pecar.

Préstame, Madre, tus labios, para con ellos rezar, porque si con ellos rezo, Jesús me podrá escuchar.

Préstame, Madre, tu lengua, para poder comulgar, pues es tu lengua patena de amor y de santidad.

Préstame, Madre, tus brazos, para poder trabajar, que así rendirá el trabajo una y mil veces más.

Préstame, Madre, tu manto, para cubrir mi maldad, pues cubierta con tu manto al Cielo he de llegar.

Préstame, Madre a tu Hijo, para poderlo yo amar, si Tú me das a Jesús, ¿qué más puedo yo desear?

Y ésa será mi dicha por toda la eternidad».

El llanto emocionado de los presentes se transformó en una tremenda ovación, sentida, salida del corazón de todos los presentes, que ella, Saray, no pudo ver, pero no tuvo que pedir prestado para sentir, el calor, la fe que todos le agradecieron por hacer ver, con sus palabras y candidez, lo profundo que puede ser la fe si se consigue sentir con los ojos del corazón.

  

 

 
 
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