Los mejores años son los de nuestra infancia y más si no era necesario estar en el colegio más sofisticado ni tener los medios que hoy se disponen. De ello lo saben muy bien en el Colegio la Atalaya de La Higuera, donde 50 años después, se ha promovido un encuentro de profesores y alumnos.
El pasado 2 de octubre era la fecha elegida. “Se vivieron momentos muy emotivos, entre abrazos y el cariño mantenido a lo largo de tantos años”, nos exponen varios de los participantes.
Al llegar al centro se encontraron con una exposición alusiva a los veranos de 1972 a 1974. Juanjo Ordoñez recordó que un “grupo de estudiantes universitarios acudían a una zona marginal de Madrid donde impartían clases a niños, de 6 a 10 de la noche. En esta época en una noche, la gente levantaba con la ayuda del resto de vecinos una chabola, que se convertía en su casa. Esos barrios carecían de los mínimos servicios sociales necesarios, por lo que ese grupo de estudiantes realizaban labores de enseñanza y escolarización a esos niños de familias desfavorecidas”.
Desde la Diócesis de Málaga se sugirió que había zonas de la provincia que tenían una situación muy similar a la de esos barrios, y que sería muy beneficioso si durante los veranos pudiesen trasladarse a estas zonas a impartir clases.
Eran estudiantes que ejercieron de profesores improvisados, “no lo dudaron, y al finalizar las clases en la Universidad, se trasladaron a Málaga concretamente a La Higuera, Santa María del Cerro, hoy término de Villanueva de la Concepción y a una zona de Almogía”.
En La Higuera “se instalaron en una vivienda que había en la antigua escuela. Nos vinimos de Madrid a un sitio, que no había agua, ni luz, ni teléfono. Para llegar hasta allí había un camino de tierra desde Villanueva, pero nos podía la ilusión de conseguir que aquellos chiquillos aprendiesen a leer y escribir. Nuestro equipaje era ligero, algunas mudas en la mochila, una guitarra y unas pocas pesetas en la cartera. Pero la aventura merecía la pena”.
La solidaridad fue impresionante desde el primer momento. “Sabían de nuestra situación económica, uno nos traía leche, otros fruta, otros huevos. Durante aquellos tres veranos el interés por aprender era enorme. Los más pequeños venían a dar clase por la mañana y los mayores por las tardes después del trabajo”. Han pasado 50 años, pero en nuestra formación personal “nos ha servido tanto esta experiencia, que siempre hemos tenido a esa zona de la Higuera en nuestras mentes”.
Juan Antonio Benítez comparte que “no sólo adquirieron formación escolar, sino que aquellos estudiantes dieron un aire fresco a la zona ofreciendo una visión más amplia de lo que por aquí se conocía”.
Era una época en la que el simple hecho de pensar era demasiado atrevimiento. “Teníamos una zona deprimida y desconectada del mundo. Viajar a Villanueva o Antequera se hacía mediante caballería, a través de las Escaleruelas el que tenía, y muchos lo hacían a pie. Y recuerdan como los enfermos se trasladaban en camillas y a hombros de los vecinos mediante el paso de las Escaleruelas”.
Aquellos maestros de entonces, hoy ya jubilados, “nos han dejado en su visita textos de aquella aventura para ellos tan fructífera. Todos y todas reconocen recordar con gratitud y emoción lo aprendido, a pesar del tiempo trascurrido”, sigue Benítez.
Así les expusieron en el encuentro que “casi medio siglo después volvemos a la Higuera. Llegábamos entonces ‘ligeros de equipaje’ pero rebosantes de ilusión. Volvemos ahora con un poco más de equipaje, con unos cuantos años más, pero, sin ninguna duda, con la misma ilusión”.
Desde la mañana hasta la noche “las escuelas de la Higuera, Almogía y el Cerro fueron durante aquellos veranos lugares en los que se enseñaban y se aprendían materias muy diversas. Y, sobre todo, donde todos aprendíamos y enseñábamos algo nuevo cada día. Las enseñanzas que recibimos de aquellas personas que venían a la escuela, de todos los niños que participaban con tanta ilusión e interés (la mayoría después de trabajar en el campo) y de la juventud que acudía a las charlas, no nos las podrían haber proporcionado ni en las mejores universidades del mundo”.
Entre tantas personas, apuntan el papel de Antonio Ramírez. “Él recogió como nadie el testigo de nuestra misión, manteniendo viva la llama de lo que aquello fue y de lo que aquello significó para todos. También él ha contribuido con diversas gestiones y poniendo su casa a nuestra disposición para que la celebración de este encuentro fuese posible”.
“Han pasado tantos años
Que casi ya no sabemos
Como empezó esta historia
Tal vez sea lo de menos
El caso es que un verano
Llegamos hasta la Higuera
Dos mudas en la mochila
Diez duros en la cartera”, exponen como agradecimiento en unos versos escritos.
