Con un grupo de niños de mi escuela de Mollina visité Menga en 1958. Desde entonces (pido perdón) no había vuelto, hasta este viernes 8 de junio. ”Aprendemos, así, a valorar un espacio arqueológico de extraordinaria belleza y fragilidad. Somos, en definitiva, receptores de un legado cuya preservación dependerá de que los mensajes desarrollistas no lastren su futuro”.
Así reza el segundo párrafo del elegante folleto que me dieron, junto con la entrada gratuita, en la recepción del Centro de Visitantes. Extraña contradicción entre el texto del folleto y la actuación del editor del mismo, la Junta de Andalucía, sobre el entorno de la catedral megalítica, pensé al salir.
Me imaginé a mi paisano, lejano en el tiempo, en el interior de Menga, dirigiendo su oración hacia La Peña, junto al brocal del pozo. También pensé en él, incorporado y caminando hacia la salida preguntándose ¿Quién de mis descendientes pondría una reja, en la puerta, que fagocitara el espacio de la luz a izquierda y derecha?
Pasado el umbral, dando la espalda al monumento habría pensado ¿A quién se le ocurrirá algún día sembrar de hormigón pagano, moderno y desarrollista el campo inmediato de mi visión hacia la montaña sagrada? Y ¿Qué serán y a que servirán esas alambradas que separan dos pequeñas parcelas de olivillos de “chaquetilla corta” estropeando mi campo de visión hacia el Romeral y la Vega?
El segundo párrafo del catálogo que, con tanto mimo, respeta al constructor y a aquel feligrés del dolmen, es pura ficción a la vista del atropello que se ha cometido y se insiste en cometer con tanta ignorancia, lastrando el presente y el futuro de un espacio tan bello como frágil.
Por favor, que alguien ponga freno a esta versión hormigonera de la Andalucía Imparable y se pare un poco a pensar cómo honrar y respetar el legado de aquel hombre tan grande, tan sabio y tan lúcido. ¿Quiénes somos nosotros para “adornar y lastrar” lo sublime?
JOSÉ LUIS VERGARA CARVAJAL
