sábado 4 mayo 2024
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Primer domingo de Adviento: 28 de noviembre

Empezamos el Adviento, tiempo ilusionante. Es el tiempo de la espera y la esperanza, del deseo y el anhelo, de la oración y la confianza.  Comenzamos un nuevo año litúrgico con profunda expectativa, al saber que el Señor viene a nuestro encuentro.

 

Y de un modo especial el  Señor viene en este año que nos preparamos para el Sínodo. El Papa Francisco en un tiempo de profundos cambios está preguntando a los cristianos del todo el mundo: ¿Cómo vemos a la Iglesia? ¿Qué esperamos de ella? ¿Nos quedaremos callados ante esta fiebre de secularismo que quiere matar a Dios? ¿En qué podemos comprometernos para llevar fe y esperanza a nuestro mundo?

Recordemos que en el Adviento es el Espíritu Santo quien nos prepara para ir al encuentro del Señor, viene a nosotros y dispone nuestra inteligencia y nuestro corazón a la Palabra del Señor para que nos abramos a  ser felices plenamente aceptando los golpes y caídas que la vida nos da. 

Este es el sentido del Evangelio que hoy: “Estén siempre despiertos… y manténganse en pie ante el Hijo del Hombre”. Somos invitados a permanecer vigilantes, como disposición necesaria para no dejarnos sorprender, debemos alegrarnos, pues la llegada del Señor nos trae la plena libertad y el gozo de su presencia.

Vivir despiertos en medio de esta crisis que nos deja el COVID es acercarnos a Jesús que nos lleva a meternos en el corazón del  mundo con sus luces y sombras. El quiere que las cosas cambien. Sólo busca que la vida sea más digna y feliz para todos. Hemos de vivir despiertos: abrir los ojos del corazón; desear ardientemente que el mundo cambie. “Cristo viene” y hay que estar preparado. Nacerá en nuestros corazones y en el corazón de los preferidos de Jesús: pobres, enfermos encarcelados y marginados. 

Pero tras los golpes del COVID y la incertidumbre del poco cuidado que hacemos de nuestro planeta quizás también como cristianos seguramente  estamos dormidos; quizás  estamos prisioneros de un mundo consumista e insolidario; seguramente reposamos holgazanes, hundidos quizá en el barro, sin la menor intención de levantarnos. Mal síntoma: ya no gemimos, ya no deseamos, ya no oramos, ya no estamos en pie, ya no vigilamos. Hay que despertar, hay que levantarse, hay que orar. El Señor viene: viene como salvador para los que velan, como juez para los que duermen.

La esperanza de que no estemos solos con nuestros problemas y sufrimientos hemos de alimentarla con la oración. El mundo nos presenta una Navidad cada vez más loca y consumista. Y Jesús nos pide a los creyentes prepararnos en este tiempo de adviento en silencia y rezando.

Y no nos engañemos ni echemos a Dios la culpa del COVID ni del volcán de las Canarias. Dios no nos ha abandonado, somos nosotros que nos dirigimos a él en un tono un tanto rápido, eficaz y mercantilista. Hay que empezar a despertar nuestras ganas de orar. Necesitamos rezar.  Nuestros ojos son débiles y nuestras fuer¬zas pocas. Necesitamos luz para ver con claridad, para apreciar en su debido valor los bienes que nos rodean. 

Necesitamos impulso, empuje, fuerza para mantenernos en pie, pues los vientos son a veces huracanados y la tierra donde pisamos movediza. La oración, pues, no enseña a ver, a apreciar. La oración nos infunde el vigor. Con ella gemimos, deseamos, pedimos, somos fortalecidos, esperamos, amamos, nos santificamos. Buena y necesaria preparación. El camino es Cristo, con él llegaremos a la vida eterna. Dios nos hace ir por él: pidámoslo al prender la primera vela de la corona de Adviento.

 

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