lunes 6 mayo 2024
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Stan&Ollie

El avance tecnológico desde Méliès, Pathé… o narrativo cinematográfico desde la Escuela de Brigthon hasta nuestros días, ha sido abismal. Pero no obstante,  el ingrediente esencial de este arte, al igual que el de los otros, es la humanidad. Esos avances técnicos no hubiesen servido de nada, sin un grupo de actores y actrices, que junto a la sensibilidad artística de los equipos de dirección y producción, nos ofrecieron bellas historias que memorar. Simplemente fueron inspiradores. 

Nombres como Chaplin, Keaton, Mary Pickford… dieron vida y expresión a un arte en ciernes. De ellos hay que destacar al dúo actoral “Laurel&Hardy”, los conocidos también como “El Gordo y el Flaco”. La mezcla del surrealismo con el “slapstick” fue su baza en una serie de cortometrajes atemporales desde los años 20. Su imagen es inmensa. Al igual que Chaplin, se encuentran metidos en el imaginario popular. Han transcendido a su propio arte. Su carrera fue fluida en aquellos años veinte y primeros de los treinta. Las modas, los temas,… incluso la propia industria los engulló. Siguieron trabajando.

 La película “El Gordo y el Flaco” (“Stan&Ollie”) de Jon S. Baird (2018), nos narra una de esas últimas giras que hicieron por el Reino Unido a primeros de los años cincuenta. Nos dibuja a través de las magníficas interpretaciones de Steve Coogan (Laurel) y John C. Reilly (Hardy) esos últimos momentos de unión actoral. Es un retrato perfecto de la época y sobre todo nos presenta a estos dos mitos de la cinematografía, humanizándolos, descubriendo sus sentimientos, rarezas, pretensiones, hacia un público que al principio parece haber olvidado a estos dos grandes de la interpretación, pero que en el momento que salían a escena, casi a treinta años de sus éxitos, de nuevo eran capaces de meter a ese nuevo público en sus bolsillos y ellos, en los corazones de sus espectadores. La película con una dirección elegante nos hace el bonito regalo de rescatar un trozo de historia de la cinematografía, y momentos imborrables bajo las andanzas del cómico dúo. Los dos son clara expresión de la maravillosa y necesaria inocencia ante cualquier momento de nuestra vidas mundanas. Enseñándonos que si nos lo proponemos, cualquier momento del día: subiendo unas escaleras, pelando huevo, cargando unas maletas, bajándonos de un coche… se puede convertir en una maravillosa aventura. 

Físicamente, Laurel y Hardy eran muy diferentes, pero los dos poseían un gran y mismo corazón. Dibujado por una sola y única línea, la de una sonrisa.

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