domingo 19 mayo 2024
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Domingo XXVII del Tiempo Ordinario, Ciclo B: ¿Vivimos una fe que no entiende los problemas y dificultades…?

Hacer que Dios se haga presente en nuestra vida significa adquirir un estilo de vida según el Evangelio

Bonito e importante es el tema evangélico de este domingo. Cuando las personas conocen la postura de la Iglesia sobre el divorcio, la reacción más común es el escándalo: “…entonces, qué quiere la Iglesia, que si no son felices continúen sufriendo juntos…”; “La Iglesia es muy injusta con los divorciados…”; “Seguro que Jesús hubiese tenido más misericordia…”. 
 
Éstas suelen ser las respuestas más comunes que solemos escuchar sobre el tema del divorcio. Desconocen estas  personas que Jesús fue infinitamente más duro. El Señor llegó a decir que si alguien casado miraba a otra persona deseándola en su corazón (ni siquiera hace alusión al físico), ya había cometido adulterio…
Esta realidad nos puede llevar a preguntarnos: ¿Vivimos una fe que no entiende los problemas y dificultades de las personas de hoy? Es el tema de siempre. Hacer que Dios se haga presente en nuestra vida significa adquirir un estilo de vida según el Evangelio.
 
Cuando una pareja ilusionada va a casarse por la Iglesia, descubrimos que en la mayoría de los casos no viven una vida previa de fe. De esta manera lo que significa el matrimonio queda poco menos que ignorado. ¿Por qué se casa la gente por la Iglesia? No seamos ingenuos, todos lo sabemos. En la mayoría de los casos el planteamiento menos importante es el de la fe. Se va a las charlas prematrimoniales a regañadientes, se quiere convertir la Iglesia en un bosque floreado, y cuando se reparten las invitaciones de boda, se les olvida invitar a Dios a la propia celebración. 
 
No soy pesimista. Soy realista. Siempre me ha llamado la atención la facilidad que tenemos en la Iglesia para hacer la vista gorda ante los intereses del Evangelio. Miramos para otro lado, ponemos disculpas, pero la acción del Evangelio queda muchas veces oscurecida bajo el nombre de “la prudencia”, que, en el fondo, es el reflejo de una cobardía.
 
¿Por qué muchos sacerdotes no hacemos valer la fuerza regeneradora y humana del Evangelio? Puede ser que ni nosotros la hayamos descubierto. Estamos tan metidos en nuestro mundo que el Evangelio para muchos se ha vuelto una molestia residual de tiempos pasados. ¿Por qué los seglares no exigen a la Iglesia una acción más cristiana frente a las personas que se acercan a pedir este sacramento? Probablemente porque ellos se acercarán también en esas mismas condiciones a recibirlo… 
 
Jesús, provocado, toca el tema del divorcio, un tema más que difícil por la carga de sufrimiento que proporciona. En pocos temas como el divorcio necesitamos los agentes de pastoral más amor, más acogida y… sentido, mucho sentido común. 
 
Con la intención de prepararle una trampa a Jesús le preguntaron si al esposo le está permitido separarse de su esposa. Jesús les responde con una pregunta: “¿Qué les ordenó Moisés?” Le respondieron con el texto de Dt 24,1. Jesús responde que debido a la terquedad de corazón les mandó Moisés tal orden. Pero el Maestro se remonta a los inicios diciendo que al principio no fue así…
En la Iglesia este ejercicio de actualizar el mensaje a los tiempos de hoy tenemos que seguir un método parecido. No podemos vivir en el pasado, pero tampoco podemos sin más ignorarlo. Siempre es importante  la gente con sentido común porque saben equilibrar ambos planos y, si son creyentes, sabrán actualizar el mensaje de una manera tan natural que no creará sufrimiento. ¡Cuánto necesitamos en la Iglesia y en los matrimonios el sentido común!
 
Ni los tradicionalistas ni los progresistas mantendrán fresco el mensaje de Cristo, sólo el amor y el sentido común hacen posible este intercambio de tiempo y moral, de tiempo y justicia.
El divorcio no es el remedio para el matrimonio que ya no funciona, eso lo sabemos todos, incluso los partidarios del mismo. Pero tenemos que ser valientes y sinceros en denunciar que muchos matrimonios no se deberían de celebrar por la Iglesia, pero buscamos la comodidad y los justificamos y celebramos. Tenemos que ser valientes para decirle a la gente que sólo ve en el matrimonio por la Iglesia una gala más de vanidad, que esperen, que reflexionen y que se acerquen a Cristo, que nosotros les ayudaremos en ese caminar… 
 
Tendríamos que preparar a las parejas para una experiencia real de Cristo resucitado y que descubran que el matrimonio es el mejor remedio contra el divorcio. Sé que esto es difícil, pero no imposible.  La elección de las parejas puede ser desacertada si no la  han hecho con oración, con madurez. Los novios van juntos a comprar el piso, a comprar los elementos de la nueva vivienda, a invitar a los amigos.
 
Yo me pregunto: ¿Cuántos novios van juntos hacia Dios… cuántos han orado juntos por su matrimonio… cuántos han discernido a la luz del Evangelio el amor que Dios ha puesto en sus corazones?… y… ¿cuántos han invitado a Dios a su boda por la Iglesia…? Creo sinceramente que si las parejas empezaran la lista de invitados por Dios, este no saldría de sus vidas y de su casa. Con Dios en nuestras vidas, todo es mucho más sencillo. 
 
padre carmelita Antonio Jiménez López 
 
 
 
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