domingo 5 mayo 2024
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Halloween, víspera de ‘Todo lo sagrado’

Esta fiesta, es conocida, también, como “Noche de Brujas” o como “Noche de Víspera de Difuntos”, aunque su celebración tenga lugar el día 31 de octubre, sobre todo en el mundo anglosajón, fundamentalmente en Estados Unidos. Su uso está atestiguado en el año 1745 y era el antiguo nombre inglés de la “Fiesta de todos los Santos” cristiana. La palabra Halloween, según una teoría tradicional, proviene de una fiesta celta denominada Samhain, derivada del irlandés antiguo y que significaba “fin del verano”.

A su vez, los antiguos británicos celebraban en esta fecha otra denominada Calan Gaeaf con la que se celebraba el final de cosechas en la cultura celta y era considerada como  el “Año Nuevo” celta y significaba marcar la línea que separaba este mundo con el otro y que permitía a los espíritus, tanto malignos, como benignos, atravesarla. Los celtas permitirán en estas fechas atravesar esta línea a los familiares y alejaban de ellos a los espíritus malignos, de ahí que se disfrazasen como seres tales para ahuyentarlos y evitar su influencia. 

Posteriormente, los romanos unieron ambas fiestas y las celebraban al final de octubre y principios de noviembre, como “Fiesta de la cosecha” en honor de la diosa de los árboles frutales, Pomona.

En la tradición cristiana, se inicia esta fecha en el año en 1609, cuando el papa Bonifacio IV volvió a dedicar el Panteón de Roma a “Santa María y Todos los Mártires” y lo celebró el día 13 de mayo, festividad romana de Lemuralia, festival romano sobre los muertos. La fiesta de “Todos los Santos” como tal, se remonta a la época del papa Gregorio III, 741-741, que fundó un oratorio en San Pedro para las reliquias de Los “Santos Apóstoles y de todos los Santos, Mártires y Confesores”. Fue en el año 835 cuando el papa Gregorio IV trasladó esta fecha del 13 de mayo al 1 de noviembre, haciéndola coincidir con la fiesta celta de Samhain.

La llegada de esta fiesta a Estados Unidos, de la que, erróneamente como vengo demostrando, se cree que procede, no ocurrió hasta el año  1840 y fueron los inmigrantes irlandeses quienes la difundieron y  fue en el año 1970 cuando empezó a celebrarse masivamente. 

Internacionalmente, comenzó a celebrarse a finales de los años 1970 y principios de 1980.

Hasta aquí, una breve reseña histórica, al alcance de todos, porque basta meterse en cualquier navegador de Internet para conseguir estos datos. Sin embargo, esta fiesta tiene otras connotaciones culturales que otros autores, como J.G. Frazer en su libro “La rama dorada” las expone con gran lujo de detalles y por los distintos pueblos. Ya en otra ocasión, allá por el año 1994 lo publiqué yo en este mismo medio de comunicación, “El Sol de Antequera” y que hoy me permito sintetizar para recordarlo. Frazer nos expone cómo era costumbre entre los pueblos paganos de Europa celebrar con fuego la entrada de los solsticios. Los campesinos encendían hogueras y bailaban alrededor de ellas, fundamentalmente, en primavera y verano, pero en otros lugares, era en el otoño e invierno, sobre todo en la víspera de “Todos los Santos”. Estas hogueras las hacían coincidir con la llegada del sol a su punto más alto en el firmamento. Sin embargo, los celtas se apartaron de esta tradición solar y celebraban estas fiestas en dos meses distintos: Víspera de primero de mayo y víspera de “Todo lo sagrado” el 31 de octubre.  Dos fechas que señalan momentos culminantes del cambio de año en Europa: la primera, precursora del calor y de la vegetación del verano y la segunda, que anuncia el frío y la esterilidad del invierno. Estas dos fechas están relacionadas con los pastores, más que con los campesinos, que sacan sus rebaños al campo para pastar la hierba nueva y, ya en la proximidad del invierno, que regresan –hace unos días hemos visto en las televisiones cómo los rebaños volvían de la trashumancia– al amparo del refugio del establo.

Todavía hoy, en muchos lugares de tradición y cultura celtas, la “Víspera de Todo lo Sagrado” marca el comienzo del año y se suele encender un fuego nuevo para que su influencia benefactora dure todo el año. También existían, durante estas fechas, muchas formas de adivinación para conocer el sino y su fortuna en el año entrante, así como asociarlas con lo muerto. En toda Europa, estas fechas señalaban la transición del otoño al invierno y, como recoge Frazer: “Era el momento en que las almas de los difuntos volvían a su antiguos hogares para calentarse en el fuego y confortarse en la buena acogida que se les hacía en la cocina o en la sala por sus parientes cariñosos”. No podemos olvidar que volvían a sus hogares tras unos meses de trashumancia con el ganado, lejos de su casas y familias.Sigue afirmando Frazer que: “Era un pensamiento natural que al aproximarse el invierno, los espíritus ateridos y hambrientos abandonasen los campos desnudos y las deshojadas arboledas buscando el abrigo de la cabaña con su hogar familiar. ¿No vuelve la turba mugidora de los pastos veraniegos en las selvas y montes para ser alimentadas en el establo y gustar de él, mientras el viento crudo  silba por entre el ondulante ramaje y arremolina la nieve en las hondonadas? ¿Podría el hombre honrado y la mujer buena negar a los espíritus de sus muertos la bienvenida que se les da a las vacas?”. De ahí el doble sentido de estas fiestas: Alegría por los que volvían con sus ganados y tristeza por los que no volvían o por los que ya no estaban entre los vivos.

Por otra parte, además de las almas de los difuntos,  las brujas aumentaban en estas fechas sus efectos dañinos, montadas sobre escobas o gatos que por la noche se convertían en veloces caballos, a la vez que andaban sueltas todas las hadas y los duendes, consiguiendo así, una atmósfera de misterio y miedo. 

Leyenda de Llorens Camp y Gustavo Adolfo Bécquer

Para ilustrar esto, tenemos dos leyendas que sintetizaré: Una es celta, recogida por María José Llorens Camp, en su libro: “Leyendas celtas” y que se titula: “La víspera de Todo los Santos” y la otra, de Gustavo Adolfo Bécquer, recogida en su libro: “Rimas y leyendas”, titulada: “El monte de las Ánimas”. 

En la primera, un pescador, Hugh King, se unió a una comitiva que iba a festejar la fiesta de “Todos los Santos” invitado por una mujer, que le rogó le llevase su cesta. En la fiesta, había una gran muchedumbre y bailaban, reían y bebían vino. Había gaiteros, arpistas y las mejores cosas del mundo. Hugh se quejó del peso de la cesta y la mujer le autorizó a dejarla en el suelo. De ella, salió un viejecillo, un duende más feo del que alguien se podía imaginar. En agradecimiento, el duende le pagó con oro, que depositó en sus manos, el haberlo transportado, invitándole a que lo pasase lo mejor que pudiese y a no se asustase de lo que viera u oyera. Sólo se quedó allí un hombre que llevaba un tricornio y que invitó a Hugh a quedarse porque, en breve, llegaría el rey Finvara y su esposa, como así sucedió:  llegó un carruaje tirado por cuatro caballos blancos y de su interior salió un noble caballero, vestido de negro  y una bella dama con velo de plata que cubría su cara. Hugh se asustó al ver al rey y la gente empezó a agitarse y a reírse, mientras se acercaban los bailarines y bailaron a su alrededor, intentado cogerle las manos a Hugh para que bailase con ellos. Preguntado por el viejecillo si los conocía, lo negó, pero preguntado de nuevo, reconoció a los que bailaban como amigos, familiares y conocidos que habían muerto el año anterior o antes. Intentó escapar de ellos, pero no pudo, pues hicieron círculo a su alrededor, lo cogían, reía y sus risas parecían penetrar en el celebro para matarlo, hasta que cayó al suelo desmayado. Al día siguiente se encontró tendido sobre la colina, dentro de un viejo círculo de piedra, junto al rath de las hadas. No pudo negar que había estado con las hadas, por sus brazos ennegrecidos por haberlos tocado los muertos, para que bailase; pero en sus bolsillos, no había ni rastro del oro que le había entregado el duende. Hugh regresó a su hogar lleno de tristeza, sin nada de oro, “pero ahora sabía que los espíritus se habían burlado de él y lo había castigado por haber perturbado sus celebraciones en la víspera de Todos los Santos, la única noche del año en la que muertos pueden dejar sus tumbas y bailar sobre la colina, a la luz de la luna, esa noche en la que los mortales tendrían que quedarse en sus casas y no atreverse a mirarlos”. 

La otra leyenda, “El monte de las Ánimas”, también tiene como escenario la noche de difuntos y las campañas doblando: Los condes de Borges y de Alcudiel, y sus hijos Beatriz y Alonso, recogen de prisa sus cosas tras una cacería, antes de la oración de  los Templarios y de que las ánimas de los difuntos comenzasen a tañer su campana en la capilla del monte. Por el camino, Alonso, contó a su prima la historia de los Caballeros Templarios y de los hidalgos de Soria, tras la conquista de ésta, con sus luchas internas en un monte que los Templarios tenían acotado pasa caza y al que los hidalgos acudían, también a cazar, pese a su prohibición. Allí tuvo lugar una gran batalla entre ellos  y el monte quedó sembrado de cadáveres, que fueron festín para los lobos. Intervino el rey y dejaron sus luchas, tras abandonar el monte y dejar derruirse la capilla. Desde entonces “cuando llega la noche de los Difuntos, dicen que se oye doblar sola la campana de la capilla y las ánimas de los muertos envueltas en jirones  de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos y al otro día se han visto impresas las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso, en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas”. 

Cuando Alonso, se despedía de su prima, le regaló el joyel que sujetaba las plumas de su gorra, que tanto le gustó a su prima. Ella, quiso tener un detalle con él y quiso regalarle una banda azul que ella llevaba en la cacería, pero la había perdido en el Monte de las Ánimas. Alonso, pese a que en Castilla le llamaban el rey de la caza, se negó a ir a buscarlo, cosa que hubiese ido “otra noche volaría por esa banda y volaría gozoso como a una fiesta, y, sin embargo, esta noche…, esta noche, ¿a qué ocultértelo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero; las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas…”. 

Una sonrisa de su prima y su indiferencia a decirle que no fuese, le hizo cambiar de idea y salió a buscar la banda azul. Tras una noche misteriosa en la que oía el nombre de su primo, cerrarse las puertas y otros ruidos extraños, llegó la noticia de que Alonso había sido devorado por los lobos: “Dicen que después de este suceso, un cazador extraviado pasó la noche de difuntos sin poder salir del Monte de las Ánimas y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas horribles. Entre otras se asegura que vio a los esqueletos de los antiguos Templarios y de los nobles de Soria, enterrados en el atrio de la capilla, levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible y caballeros sobre osamentas de corceles perseguir a una fiera, a una mujer hermosa, pálida y desmelenada que, con los pies desnudos y sangrientos y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso”.

Estas dos leyendas demuestran lo extendido que estaba entre el pueblo contar leyendas en esa noche de difuntos en la que las campanas doblaban, sin cesar, toda la noche. Y para que no parasen de doblar, días antes, los monaguillos y sus amigos, durante los días anteriores a esta noche, solían pedir comida y dinero para esa noche poder pasarla despiertos, doblando las campanas en memoria de todos los fieles difuntos. Castañas, membrillos, bellotas y otras frutas propias del tiempo, les echaban en las espuertas, mientras pedían la “Ureña”.  Palabra que, como comentó Curro la semana pasada con “portitor” no está recogida en el diccionario de la RAE, ni en el Etimológico de Corominas, ni en el Ideológico de Casares, ni el de Uso da María Moliner, ni el de Habla andaluza de Villoslada. Existe Ureña como apellido y como título de un Conde, pero nada más.

 

La tradición en nuestra comarca y provincia

En muchos lugares de España, en esta zona lo he recogido en Antequera, Cuevas de San Marcos, Casabermeja y otras poblaciones, cuando los monaguillos pedían la “Ureña”, solían pregonar o cantar esta copla:

¡Ureña, Ureña!

¡Vamos por la leña! 

¿Hay Ureña?

Si decían ¡NO!, le contestaban esto:

¡En esta mala casa 

al infierno vayan, vayan; 

las ventanas son de alambre 

y las puertas de cartón!

Si contestaban que ¡Sí!, le cantaban esta otra copla: 

¡En esta buena casa, 

a la gloria vayan, vayan; 

las ventanas son de hierro 

y las puertas de madera! 

Entonces rociaban de agua bendita las dependencias de la casa y seguían su camino por las calles del pueblo, pidiendo comida o dinero.

En otros sitios, existía otra costumbre parecida. Se pedía alimento y dinero, pero con esta otra canción:

¡Cachetía, tía, tía! 

Como no me des una nuez, 

le escarranco (sic) la pared! 

¡Cachetía, tía, tía, 

como no me des una castaña,

 me quedo aquí todo el día!

Esa noche, con las campanas doblando, casi a oscuras, iluminados sólo por la tenue luz de un candil y contando leyendas de muerte y misterio, después de haber cenado tostón de castañas, gachas elaboradas con leche, harina y miel o arrope, asando castañas o bellotas en el brasero, se  creaba una situación lúgubre, sin querer dormir por el miedo y así esperaban al día siguiente para acudir al cementerio a visitar a sus familiares y amigos muertos. 

No se me olvidará nunca, la noche de vísperas del Día de los Difuntos del año 1956. Un cura, para asustarnos, nos contó que esa noche todo los obispos y sacerdotes muertos, estábamos en el seminario de Málaga, se levantaban y con sus capas pluviales negras, sus mitras y báculos y formando procesión, pasaban por el pasillo entre las camas cantando el Miserere. Poco dormimos esa noche por el miedo esperando que se realizase esa procesión que nunca se produjo. Al día siguiente, la “serpiente negra” así le llamábamos a las distintas comunidades del seminario, que vestidos de sotana negra, paseábamos por entre las lápidas del cementerio de San Miguel de Málaga, rezando el Santo Rosario y viendo a tantas y tantas familias rotas por el dolor de haber sufrido la pérdida de algún ser querido y a los niños pequeños, vestidos de negro y llorando abrazados a su madres. Imagen que aún a mi edad, sigue estando viva y no olvidaré nunca y de ahí mi negativa a asistir a cementerios.

Éste, ha sido siempre, el ambiente que, hace años, se vivía en nuestros pueblos. Eran días de tristeza, cumpliéndose así, con lo que Caro Baroja ha estudiado en el sentido de que la Historia alterna días de alegría con días de tristeza. Aquí, muy próximos los dos: El primero de noviembre, Día de Todos los Santos, de alegría, el siguiente día, el dos, de tristeza, el día de Todos los Fieles Difuntos. 

Sin embargo, cada año, va alcanzando mayor relieve en nuestro país, la Fiesta de Halloween, cuando antes sólo se celebraba algo parecido en Galicia y se llamaba “Fiesta del Magosto”. Yo recuerdo que hace años, cuando empezó a hablarse de Halloween, fueron los departamentos de inglés, los que celebraban esta fiesta para, de alguna manera, conectar a los alumnos con su asignatura, que también iba adquiriendo cada vez más auge, en detrimento del francés que era lo que se estudiaba antes. Hoy ya se ha generalizado en todos los centros, aunque me consta que algunos religiosos no lo celebran, y se ha convertido en una actividad más dentro del Currículo festivo y cultural de los centros docentes.

Como buen etnólogo, que me he dedicado más de media vida a investigar las tradiciones de los humanos por nuestra zona, siempre he defendido que cualquier fiesta o actividad que nos venga de fuera, bienvenida sea, siempre que no anule la fiesta o actividad que se venía haciendo desde años ancestrales. De ahí que deberíamos saber aunar lo nuevo, con lo viejo y hacer una mezcla que nos identifique a todos, aunque reconozco la dificultad. Por cierto, en Casabermeja, he leído en estos días, que han organizado, espero que el estado de Alarma se lo permita, celebrar la “Noche de Laureña”, palabra que sigo sin tener noticia de su existencia, pero que me gusta, con cenas típicas de estos días y visitas al cementerio tan singular que tienen en este bello pueblo, conocido también por El Lugar. 

Costumbres y actividades de este tipo, se deberían propagar por todos nuestros pueblos. Sólo una reflexión final: ¿Dentro de unos pocos de años, no muchos, los que vivan recordarán algo de nuestras costumbres antes de que apareciera Halloween en nuestras vidas? Estoy convencido de que no.

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